“Negligente”
En medio de mi
terrible angustia y la de los demás presentes en la sala de espera, el médico
hizo acto de presencia después de dos horas y cuarenta y cinco minutos de
que hubiésemos visto a mi ángel.
Todos nos
pusimos en pie como impulsados por un resorte invisible desde nuestros asientos,
el tipo no traía cara de tener noticias alentadoras.
—¿Cómo se
encuentra Edward, doctor Gerandy? —Esme había pasado por delante de todos
y se paró en frente del médico con las manos temblorosas desgarrando su voz en
un sollozo quedo.
Como para
aumentar la tensión ya latente en el ambiente, él respiró con cansancio y
musitó:
—Edward sufrió
una pausa sinusal. Hemos tenido que intervenirlo de emergencia… —aún no
terminaba su frase y ya mis huesos estaban congelados por el pánico.
No necesitaba que nadie más me lo dijera: Mi negligencia
había causado esto.
CINCO HORAS, CUARENTA Y
CINCO MINUTOS Y VEINTE SEGUNDOS ANTES…
—Ángel
¿Quieres abrir la puerta, por favor? —aún seguía a la espera de que Edward me
permitiese explicarle el error garrafal que había cometido al pasarme por alto
la conversación sobre el uso de los anticonceptivos. Eso definitivamente fue
algo que debí hablar con él antes de que nuestra relación pasase a un plano
mucho más íntimo y de que él pudiese
sacar una conclusión errónea. Como la que había sacado en el mismo condenado
momento en que investigó lo que sea que haya leído.
—No.
Fue su única
respuesta. Tajante, como solo un corazón roto podía defenderse cuando no
conocía nada más con qué hacerlo.
Suspiré y me
recargué contra la puerta para caer sentada víctima de mi estupidez. Entrelacé
mis manos sobre mi nuca y recogí mis piernas para poder apoyar mi frente sobre
estas.
No sabía qué
hacer. Ni profesional o personalmente. Nunca me había involucrado hasta este
punto con un paciente.
De improviso
el sonido del portón de la casa me anunció sobre algo que no quería enfrentar y
mucho menos en estos momentos: Carlisle y Esme habían llegado desde su
“escapada romántica” de fin de semana.
El sedán hizo
crujir la gravilla bajo sus llantas hasta detenerse en la puerta principal, la
cual pasados dos minutos se abrió dándoles paso hasta el interior de la
mansión. Sonaban muy alegres desde donde estaban. Sus pasos resonaron por las
escaleras mientras casi podía sentir como una gota de sudor se escurría por mí
frente a la par que los padres de Edward venían tomados de la mano y muy
risueños. Eso hasta que me vieron apostada en el marco de la habitación de su
hijo.
Ambos se
acercaron de prisa con expresión de suma preocupación.
—¿Qué tiene
Edward? —se apresuró Esme.
—¿Tuvo una
crisis? —Carlisle quería parecer tranquilo, suponía que por su esposa, pero su
mirada frenética lo delataba.
—¿Por qué
estás aquí afuera?
—¿Qué pasó…?
Preguntas,
preguntas y más preguntas se arremolinaban a mí alrededor. Entonces perdí la
noción del tiempo, las personas y el lugar en el que me encontraba, por lo que
me pareció una eternidad. Me adentré en cada recoveco de mi cabeza buscando las
palabras adecuadas para explicar lo que había pasado sin entrar en
detalles “escabrosos”. Para mi decepción, no encontré ninguna.
Con fuerza
inhalé hondo al máximo que mis pulmones me permitieron. Con agilidad me levanté
y los miré a ambos antes de confesar:
—Edward y yo
hemos discutido. Después de tener relaciones. —aún nada. Así que continué.
—Ahora está encerrado en su habitación sumamente molesto.
Dos estatuas
de piedra tendrían más expresiones faciales. De pronto temí que hubiese dejado
en estado catatónico al matrimonio. Sin embargo. Carlisle fue el primero en
reaccionar sin esperar una palabra más. Ni siquiera una aprobación de su hijo.
Tomó el pomo de la puerta y trato de girarlo pero éste no respondió. Ahora el
que inhaló profundamente fue él y dio media vuelta, regresando a los pocos
segundos de su estudio con un manojo de llaves.
—En caso de
emergencias. —respondió a las preguntas que no necesitaban haberse formulado. Destrancó
la cerradura.
Y sin más, se
adentró en su habitación trancando la puerta tras de sí. Su esposa por su parte
parecía estar al borde de un desmayo. Su tez normalmente de color crema y
mejillas color rosa; en ese momento se encontraban pálidas y sin vida. Me
preocupé de que fuese a colapsar y darse un golpe en la cabeza si perdía el sentido,
así que me puse en pie y fui hasta ella. La tomé del codo y le guié hasta el
banquillo que estaba cerca del ventanal en el pasillo.
—Respire
profundo, señora Esme —le dije con suavidad.
Sus ojos me
miraron con duda, preocupación y hasta un poco de resquemor. Lo cual era
comprensible en cualquier madre protectora y más en una situación como esta.
—Explícame lo
que pasó, Isabella. —mi nombre completo saliendo de sus labios perfectamente
marcados en una línea recta fue como cuchillos atravesándome.
Igualmente me
armé de valor y le conté como habían pasado las cosas, o mejor dicho como se
habían dado de manera casi fortuita. No era como si lo hubiésemos
planeado porque ellos se hubiesen ausentado, sino que la situación se había
dado y punto. Y al no estar planeada por mí, pasé por alto la conversación
sobre los anticonceptivos. Luego le expliqué que después de habernos acostado,
Edward había investigado en su computadora sobre el tema; y aún no lograba
saber qué leyó o en donde. Si era una página seria o no; aunque dada su
reacción, lo dudaba. Al final había llegado a una conclusión errada sobre mis
intenciones de hacerlo y aquí estábamos ahora. Yo, esperando que me diera la
oportunidad de hablar con él; y Edward, en su habitación hablando con su padre
y no tenía una condenada idea de los rumbos que podría estar tomando esa
conversación.
Esme respiró,
cruzó las piernas y se recostó en el lateral del banquillo para verme a la cara
mientras se dirigía a mí. Parecía que la cosa iba para largo.
—No puedo
reprobar ni aprobar lo que hicieron. Reprobarlo sería como menospreciar la autonomía
a Edward que se ha ganado a pulso. Eso sin mencionar que sería como pasarme por
alto los sentimientos de ambos. No soy tan estúpida como para creer que ignorar
que lo suyo no es algo Paciente – Terapeuta hace mucho tiempo. Incluso antes de
la conversación con Emmett y mi esposo. Aquí la situación entre ambos hace
mucho que se fue a un lugar más allá de lo que todos podemos comprender. Sin
embargo no puedo aprobarlo tampoco, porque…soy madre. Simplemente por eso. Soy
protectora con mi hijo y siempre he sido igual. No —dijo autocorrigiéndose—,
creo que ahora lo soy aún más porque él ha mejorado en estos ocho meses lo que
no había hecho durante años. No quiero ni pienso permitir que eso cambie. Así
que cualquier situación que amenace la estabilidad que él ha conseguido, no
puedo tomármela con ligereza.
De repente
estaba experimentando una necesidad visceral de bajar la cabeza y aceptar lo
que se me estaba diciendo como si fuese una niña pequeña a la cual le llamasen
la atención por tocar algo que no debía. Aunque no sentía como si me hubiese
tomado atribuciones que no me tocaban. Así que como la mujer de veinticuatro;
ya casi veinticinco; que era, con la frente en alto y mirando a las consecuencias
de mis actos decidí aceptarlas. ¿Lamentaba
no haberle hablado antes a Edward sobre el tema de los preservativos? Sí,
sin lugar a dudas. ¿Lamentaba que
hubiésemos hecho el amor? ¡JAMÁS! De una manera un tanto absurda y
frontalmente posesiva, lo sentía mío. Ahora más que nunca.
—Pero insisto…
—agregó Esme mientras se estiraba hacia mí y me estrechaba una de mis manos
entre las suyas. —, no tengo el derecho a influir en la vida íntima de mi hijo.
Supongo que no será fácil de ahora en adelante, pero son los retos que dos
personas como ustedes tienen que hacerles frente. Sé que tú mejor que nadie
sabrá cómo hacerlo. Confío en ti.
Masacré mi
labio inferior tratando de no derramar una lágrima por lo que aquella mujer
maravillosa acababa de decirme. No sabía si merecía ese tipo de confianza,
sobre todo, basados en lo que estaba pasando. Pero sería una idiota si no la
valorara y agradeciera por contar con ella.
—Gracias,
señora Esme. Se lo agradezco. —lo decía con sentimiento. Ya que de alguna u
otra manera los Cullen me habían acogido de una excelente manera. Eran para mí
como esa familia que se me había escapado como agua entre los dedos hacía tanto
tiempo atrás.
—No me lo
agradezcas, en vez de eso se trata de arreglar las cosas con mi hijo. Edward es
terco. Tiene el “Gen Cullen” de su padre, pero al final de cuentas te quiere y
te necesita. Quizás más de lo que sospechamos.
—Pero es que
él está herido. Y es en serio.
—Entonces
discúlpate con él “en serio”, porque
si no seré yo la que me moleste. Con él, por ser un obstinado. Y contigo, por
no perseverar y arreglar tu imprudencia.
Le sonreí y
nos quedamos en silencio por un buen rato, hasta que ella misma rompió el
momento incómodo.
—Tengo que
agradecerte por… —bajó la voz hasta que solo estuvo susurrando— sugerirnos la
idea de tomarnos este fin de semana para mi esposo y para mí. —sus mejillas se
pintaron de un color rosa mientras
hablaba. Jugaba con sus manos como una adolescente y medio sonreía. Entonces me
sentí culpable también por el hecho de que su éxtasis por las vacaciones de
pareja se viera un poco eclipsado por lo acontecido.
—Es un tiempo
que necesitaban. Me alegro que hayan podido retomar su relación.
Asintió e iba
a decirme algo más pero no tuvo oportunidad ya que su esposo salió del cuarto y
ambas nos pusimos en pie. Sentí una especie de deja vu en ese instante. Carlisle salió del cuarto con
una cara que denotaba derrota. Clavó su mirada en mí.
—¿Cómo está?
—preguntó Esme acercándose a él con expresión de miedo en su cara.
—Está decaído.
Intenté explicarle de “manera lógica y racional”… —claramente sus palabras eran
una especie de reprimenda por lo que estaba pasando. Y sabía que no se iba a
quedar solo con la versión de los hechos de Edward. Así que la tormenta apenas
había comenzado. — pero es necio como una mula. Así que está empeñado en creer
solo lo que leyó.
Sus manos se
cerraron con fuerza en puños y aunque sabía que su ira no estaba dirigida a mí
no pude evitar sentirme intimidada. Bueno, al menos no toda.
—Acompáñeme a
mi despacho, señorita Swan. —tragué grueso. Ya no era Bella. Habíamos vuelto a la etapa fría. ¡Mierda…mierda…mierda!—, por favor.
La puerta de
la habitación se abrió de nuevo y un muy sorprendido Edward se quedó con la
mano en la perilla.
Esme corrió a
abrazarlo y besarle en la mejilla.
—Hola, cielo
¿Cómo estás? ¿Necesitas algo?
—Necesito una
pastilla para el dolor de cabeza. —su madre se giró para buscarla y yo también
pero su tono huraño y frío nos detuvo a ambas—. No, yo la busco.
—No sabes el
nombre del analgésico que debes tomar, Edward. Sé razonable. —intenté con todas
mis fuerzas que la voz no denotara lo rota que me tenía todo este embrollo.
—Pues dímelo y
yo lo busco. Sé leer —sentí una puntada de dolor en medio del pecho. Sabía que
él no trataba de herirme, sus respuestas eran claras, directas y concisas. Los
autistas no eran personas de procederes irónicos o sarcásticos. Además
últimamente Edward se había tomado muy a pecho lo de su independencia y quería
hacer casi todo por sí mismo. Ahora que estaba molesto y dolido conmigo nos las
impondría a todos.
—Edward, no me
parece que esa sea manera de hablarle a tu madre ni a Isabella. Ellas tratan de
ser atentas contigo. —intervino Carlisle con firmeza paternal pero sin ser
demasiado duro dado su estado de ánimo.
Bajó la cabeza
y se vio los zapatos mientras jugaba con sus dedos para drenar la repentina ansiedad
que lo había envuelto.
—Lo siento,
pero prefiero ir a buscar mi medicamento yo mismo. —levantó sus ojos grises
azulados y el corazón me dio un vuelco cuando vi ese brillo de tristeza
profunda, pero desvió su mirada rápidamente al no soportar mirarme. Me sentía
como si estuviesen desollándome viva. —. Por favor, Isabella.
Isabella. Lo
único que pudo haber sido peor que eso era que me llamara por algún término
insultante. Haciendo acopio de mis fuerzas le respondí:
—Los
medicamentos están en el último gabinete de la cocina, a mano derecha. Toma una
caja blanca con franjas azules que dice acetaminofen
de 500 miligramos. No toques ningún
otro medicamento, especialmente el ibuprofeno.
No debes tomarlo, eres alérgico a ese. Recuerda los sarpullidos que te salieron
cuando tomaste una de esas pastillas hace un tiempo atrás. —asintió
solemnemente.
Caminó hacia
la cocina con premura como si quisiera huir de allí a lo máximo que dieran sus
piernas. Carlisle por su parte me llamó y lo seguí a su despacho mientras Esme
se fue en dirección a su habitación. Ya instalados, él detrás de su escritorio
y yo del otro lado, sentada en una de las sillas.
—No quiero los
detalles morbosos, señorita Swan —juntó sus manos y apoyo los codos en su
escritorio adelantando un poco el cuerpo hacia mí—. Pero quiero escuchar de su
boca lo que pasó. Porque resulta que me voy tranquilo de casa, confiando en sus
cuidados y encuentro a mi hijo
seriamente deprimido. En estado tal, que como puede ver, tiene incluso dolor de
cabeza. No me malinterprete, Isabella. No estoy juzgándola, aún. Solamente quiero saber cómo fueron los
hechos. —¡Oh mi Dios!— ¿Por qué no tuvieron esa conversación sobre
anticonceptivos antes?
Un derechazo
en la mandíbula me hubiese sorprendido menos. Esperaba un reclamo en toda regla
por pervertir a su hijo o alguna una cosa así. No creía que fuese a dejar que
me explicara.
—La noto
sorprendida, señorita Swan.
—Lo estoy,
señor Cullen. Usted actúa con mucha naturalidad. Dada la situación. Eso no me
lo espera, dados nuestros comienzos.
—No veo el
porqué. Hace tiempo que mi hijo y usted mantienen relaciones, así que no
comprendo por… —en ese preciso momento abrí mis ojos como dos platos y lo
interrumpí.
—¿Hace tiempo?
No, señor. Anoche fue nuestra primera vez juntos.
Ahora fue él
el sorprendido.
—Oh bueno…Yo
creía que cuando usted se quedaba en su habitación, y cuando él se quedaba en
la suya…
Tal vez si la
situación no hubiese sido tan bizarra y preocupante hubiese sonreído por las
conclusiones erradas a las que había llegado.
—Señor Cullen,
hace poco usted tuvo que hablar con él porque se turbó con una simple erección
matutina ¿Cómo cree que estaría acostándome con su hijo desde hace meses? Me
comporté como una idiota con respecto a los preservativos, pero no con lo
demás.
—Lo lamento. Yo
creía… —ahora si se veía abochornado. Con sus mejillas coloradas y los ojos
posándose en distintos puntos para evitar mirarme directamente a los ojos. Se
zafó un poco el cuello de su camisa antes que yo le evitará más vergüenzas.
—No se
preocupe, señor Carlisle. Supongo que si yo hubiese estado en su lugar quizá
hubiese pensado lo mismo. Quizá habría sido mucho menos tranquila de haber
supuesto eso. Aunque quisiera que me dijera, si no es molestia, como se enteró.
Se encogió de
hombros y me sonrió con vergüenza.
—Soy de oído
sensible, Bella. Nunca le conté esto, pero cuando se tiene un hijo con esta
condición, pasas innumerables noches preocupado. Las noches en vela son una
constante en tú día a día y el estar alerta a cualquier ruido o movimiento de
él es vital para evitar cualquier accidente. Puede que haya utilizado durante
un tiempo el trabajo para llenar ese vacío que la situación había creado en mí
—pero nunca, escúcheme bien— nunca dejé
de inquietarme por mi hijo bajo ninguna circunstancia. Edward es la prueba
viviente de que con determinación y la ayuda adecuada se puede superar
cualquier obstáculo. Él me ha enseñado mucho. Y a pesar de que cometí errores e
incluso lo dejé de lado durante un tiempo al cargarle la responsabilidad a su
madre, nunca pude dejar de preocuparme por él. Es como un reflejo natural.
Comprendía
perfectamente lo que me decía ya que muchos padres y familiares de personas
como Edward pasaban por situaciones similares. Lo había visto en repetidas
ocasiones con los niños en el Saint Gabriel.
—Lamento mucho
lo que pasó, señor Carlisle. Pero solo en lo referente a mi error por obviar un
tema tan esencial en este caso como es el control de natalidad.
—Edward cree
que tú no quieres tener un hijo como él porque para ti sería una desgracia.
Piensa que él es malo y contagioso porque eso leyó en el maldito blog donde por
accidente entró direccionado por google. —me horroricé al escuchar sus
palabras. Ahora comprendía el porqué de su reacción, en internet había que
saber escoger entre miles de páginas, para que fuesen fuentes confiables y
viables. El resto son relleno y pertenecen a personas despreocupadas que dan su
punto de vista tal y como ellos lo creen correcto. Lo cual no significa que
estén en lo cierto. —. No quiere que tengas un bebé que corriese el peligro de ser
tonto como él. —su voz se partió pero supo cómo controlar que su pena solo se
le notara allí. Cosas de abogados, supuse. —Dígame, Isabella, pero sea
realmente sincera. Dígame que el motivo por el cual usted lo hizo usar un
condón fue por responsabilidad y no porque ve a mi hijo como un problema.
De nada sirvió
que me mordiera los labios para intentar contener el llanto. De todas formas
este consiguió la manera de evadir mis defensas y se fugó de mis cuencas. No
poseía ese talento del hombre que tenían en frente. Y últimamente parecía ser
una llorona irremediable. Sentía que tenía las emociones a flor de piel.
—El motivo por
el cual hice que se protegiera, es por simple protección. Apenas estamos
empezando una relación de pareja y no hemos llegado a la etapa en la que
decidimos si queremos tener un niño o no. ¿Cree que yo; que he trabajado con
niños autistas, los voy considerar unos apestados? o ¿Cree que pienso que el
hecho de que una criatura desarrolle autismo lo consideraría una enfermedad? Si
eso cree de mí, señor Cullen, es porque de nada ha servido lo que hecho en esta
casa. Porque eso significaría que todavía no me conocen, y es claro que tienen
dudas acerca del amor que le tengo su hijo y a mi profesión.
En un gesto
idéntico al de su hijo, se introdujo los dedos entre el cabello y se lo tiró
hacia atrás en clara muestra de exasperación.
—Lo siento
mucho, Bella. No quise ser grosero, pero debe comprender que estoy preocupado
por como vi a Edward.
—Lo comprendo,
señor Carlisle. Pero aprovecho para poner en claro mi punto de vista y evitarme
malos entendidos más adelante.
Asintió satisfecho
con lo que le estaba diciendo…
—¡Carlisle!
—el grito desesperado de Esme nos sacó de concentración a ambos y chocamos el
uno contra el otro cuando procedíamos a salir apresurados del estudio. Corrimos
por las escaleras y llegamos al pasillo que llevaba a la sala de estar y al
patio trasero. Edward yacía inconsciente en los brazos de su madre.
Me acerqué sin
más y le tomé los signos vitales en la muñeca izquierda. Las pulsaciones por
minuto eran demasiado lentas. Edward parecía estar sufriendo una bradirritmia de nuevo.
—Necesitamos
llevarlo al hospital de inmediato. No deberíamos esperar por una ambulancia. —sugerí.
Aunque mis palabras sonaron más como una orden más que otra cosa.
Carlisle
asintió sin cuestionarme y cargó a su hijo en brazos para llevarlo hacia el
automóvil. Le debía pesar muchísimo, pero no permitió que ni su madre ni yo le
ayudáramos.
En menos de
quince minutos estábamos a las puertas del Hospital Central de Forks. Los
enfermeros corrieron a colocar a Edward en una camilla y adentrarlo en la sala
de emergencias, mientras que nos preguntaban la información básica de él. No
nos permitieron pasar a donde lo iban a examinar, ni siquiera porque les dije
que era enfermera. Simplemente nos ordenaron que aguardáramos en la sala de
espera.
Esme temblaba
bajo el abrazo de su esposo y no dejaba de removerse en el sitio mientras que
él le decía que todo iría bien. Trataba de infundirle ánimos, y aunque a ella
solía hacerle efecto durante cada media hora aproximadamente, yo sabía que la
cosa no era tan simple.
—¿Qué puede
ser lo que tiene? Él no se había desmayado desde aquella vez con la enfermera
Stanley. Cuando el ansiolítico le causó… —clavó su mirada en mí y no hice otra
cosa que asentir. Se tapó la boca con espanto y rompió a llorar.
Carlisle me
miró con terror y consternación.
—¿Cree que ese
desvanecimiento se debe a una arritmia de nuevo?
—No lo creo.
Lo sé. Sus palpitaciones por minuto eran muy lentas. Lo que me extraña es que
se lo haya ocasionado el acetaminofen. Ese medicamento le fue suministrado en
varias ocasiones sin tener estos efectos negativos.
Las dudas
asaltaban mi mente ¿Qué le podría haber ocasionado ese episodio?
Alice llamó a
Carlisle ya que había ido a la casa y no había encontrado a nadie. Y antes de
ella, llamó Emmett y su padre lo puso al tanto de la situación. Alice llegó en
menos de quince minutos acompañada de Jasper; cosa que no nos tomó por sorpresa
a ninguno. Y media hora después llegó Emmett con Rosalie, y eso sí que nos
sorprendió a todos. Según él, se habían encontrado en la puerta de la casa
mientras ella estaba de pie esperando alguna respuesta en el intercomunicador
de la misma.
Él tenía la mirada triste y preocupada, como
todos. De vez en cuando me miraba buscando algún tipo de consuelo pero al no
saber nada de su hermano, no podía hacer mucho por él. No me sentía
precisamente dispuesta a repartir abrazos a menos de que mi objetivo fuese
Edward.
En medio de mi
terrible angustia y la de los demás presentes en la sala de espera, el médico
hizo acto de presencia después de dos horas y cuarenta y cinco minutos de
que hubiésemos visto a mi ángel.
Todos nos
pusimos en pie como impulsados por un resorte invisible desde nuestros sitios,
el tipo no traía cara de tener noticias alentadoras.
—¿Cómo está
Edward, doctor Gerandy? —Esme había pasado por delante de todos y se paró
en frente del médico con las manos temblorosas desgarrando su voz en un sollozo
quedo.
Como para
aumentar la tensión ya latente en el ambiente, él respiró con cansancio y
musitó:
—Edward sufrió
una pausa sinusal. Hemos tenido que intervenirlo de emergencia… —aún no
terminaba su frase y ya mis huesos estaban congelados por el pánico.
Mi negligencia
había causado esto.
Era la
responsable.
Yo y solo yo.
—La
intervención fue exitosa y él se encuentra estable —un suspiro de aliento salió
de la boca de todos; Esme apretó fuertemente en un abrazo a Carlisle quien
tenía la cuenca de sus ojos anegada en lágrimas—. Le hemos colocado un
marcapasos permanente. Consideré pertinente insertarle ese debido a la condición
especial de Edward. No podemos saber cuándo pueda tener otro episodio de
bradirritmia sinusal, y basados en lo que ustedes mismos le dijeron a los
enfermeros no es la primera vez que tiene una. El procedimiento fue bastante
fácil y sin dificultades. Es estos momentos se encuentra en la sala de
recuperación en donde le estamos suministrando un tratamiento a base atropina.
Necesita ser monitoreado por unas cuantas horas más. Si responde bien al
tratamiento, en aproximadamente tres horas podrán instalarlo en una habitación
y podrán verlo.
—¿Qué pudo
haberle causado ese nuevo episodio de arritmia, doctor? —Carlisle se me
adelantó.
—Según la
muestra de sangre que se le hizo apenas llegó, Edward tenía claras muestras de
acebutolol, el cual es un medicamento recetado a los pacientes hipertensos. No
comprendo el por qué ya que ustedes no mencionaron que le fuese suministrado
cuando los interrogaron a menos que obviaran semejante detalle. —contestó el
doctor y me miraba como si quisiera que yo le diese alguna explicación. Temí
que pensara que lo estaba medicando bajo mis propios términos y aunque iba a
proceder a responderle, Carlisle me interrumpió de nuevo.
—Me
prescribieron ese medicamento hace más de diez meses ya que presenté un caso de
hipertensión… —la culpabilidad se le reflejó en el rostro.
A favor del
Doctor Gerandy he de agregar que su actitud para conmigo cambió instantáneamente
y se dirigió a él con el mayor entendimiento posible.
—Estas cosas
pasan, señor Cullen. No son responsabilidad de nadie. Lo único que deben
procurar de ahora en adelante es que los medicamentos estén fuera del
alcance de su hijo. Estaré de guardia toda la noche así que vendré de tanto en
tanto al pendiente de Edward. Cualquier duda que tengan puede hacerme llamar.
—se despidió cortésmente y se fue.
Carlisle se
removía incómodo y en su cara se notaba que no paraba de reprocharse una
y otra vez lo que había acontecido con Edward…pero algo no me encajaba…
—Edward no
tomó el acebutolol al azar… —comencé a decir pero Esme me cortó con horror.
—¿Crees que
haya tratado de suicid…?
—¡No! —no le
dejé terminar esa opción— Lo que quiero decir es que pudo haber asociado el
acebutolol con acetaminofén que era el analgésico que se procedía a ingerir
—miré a Carlisle— ¿De qué color es la caja de su medicamento?
—Blanca y azul
—allí estaba la respuesta.
—Fue por eso.
Le mandamos a buscar una caja blanca y azul que dijera acetaminofén y él tomó
la equivocada.
—Y además…
—Alice intervino con timidez y cierta vergüenza— la señora Esme me envió a la
farmacia esta semana y no tenían el analgésico que compran habitualmente para
él. Me vendieron otro que tenía el mismo principio activo, solo que es uno
expedido por otro laboratorio, la caja era blanca y…roja. Lo siento mucho
—dijo bajando su mirada; su voz se había roto al final de la disculpa.
El hombre se
sosegó en ese momento al comprender que no era la culpa de nadie, a pesar de
que casi todos nos sentíamos responsables, sino simplemente había sido una
serie de acontecimientos desafortunados y aparentemente inocentes que nos
habían llevado a este punto.
Tal cual como
había dicho el médico, tres horas después Edward había sido instalado en la
habitación 135 del Hospital Central de Forks. Su semblante era pálido pero al
menos estaba alerta. Su madre no dejaba de ahogarle con mimos y de arreglarle
la almohada cada quince minutos a pesar de sus quejas.
—Me duele en
el pecho. —dijo a la vez que se sobaba el lado izquierdo.
Lo detuve con
rapidez bajándole el brazo.
—No puedes
tocarte ahí, ángel. Y durante al menos una semana no puedes levantarlo, ni
hacer fuerza con él durante unos cinco o seis meses. —le dije a la vez que le
intentaba acariciar el cabello, pero él giró su cabeza para rechazar mi toque.
Me alejé lo
suficiente como para apartarme del campo visual de todos que parecían
interesados en preguntarle mil cosas a Edward para mantenerlo alerta, momento
que aproveché para irme para afuera y esperar sentada en el pasillo en donde no
doliera tanto la frialdad de mi ángel.
Sentada en la
silla de plástico enfriado por el aire acondicionado del lugar, coloqué mi
cabeza entre mis manos mientras me concentraba en no llorar.
—¿Te molesta
si te hago compañía, Swan? —preguntó Emmett tomando asiento a mi lado. Tenía
una medio sonrisa que buscaba tranquilizarme.
Iba vestido
con sus habituales pantalones finos de lino pero sin la chaqueta que completaba
el traje. Su camisa de seda Armani gris plomo había sido enrollada hasta las
altura de los codos.
—No tengo
ganas de hablar, Emmett —le gruñí.
—¿Tampoco
quieres llorar? porque estás a punto de arrancarte el labio inferior con tus
dientes.
No era consciente de estar haciendo eso que él
me había dicho.
—Lo siento.
—¡Hey! no me
pidas disculpas, no es mi labio el que estás a punto de desprender. —se rió y
aquellos hoyuelos infantiles se me antojaron más hermosos que antes. Tenía
tiempo de no verlo sonreír, lo que sumó un punto más a mi tabla de
“remordimiento express” de conciencia.
—¿Quieres un
café?
—No me gusta.
—contesté sintiéndome muy necia al segundo de hacerlo.
—Oh. Supongo
que soy menos observador de lo que creía.
—No te
preocupes. —me encogí de brazos y me recosté contra el espaldar de la silla.
En donde
estábamos era una zona relativamente tranquila. Solo se escuchaba el vaivén de
algunos enfermeros y médicos que pasaban por las habitaciones haciendo el
chequeo de los pacientes. Gracias al cielo hasta allí no llegaba el ruido de
las ambulancias, las cuales solo lograban crisparme los vellos del cuerpo.
—Te va a
perdonar. —dijo después de un rato de absoluto silencio.
—¿Tú crees?
—No. Lo sé.
Sea lo que sea por lo que haya pasado, te va a perdonar. Edward no puede vivir
sin ti.
Sonreí pero de
una manera muy carente de alegría y con algo de ironía. Él no dependía de mí, yo
dependía de él.
—Sinceramente
ahorita podría diferir de eso.
—Bella, él
puede que esté dolido o hasta molesto ahora pero ¡Por Dios! ¡Tú fuiste quien lo
hizo reaccionar! Lo trajiste para nosotros de nuevo y se enfrentó a mí por ti.
¿Acaso crees que él podría estar sin ti? Si crees eso es porque no has visto
bien como es que a él le brillan los ojos cuando te ve. Como si fueses lo más
valioso que existiera. Y no lo puedo culpar.
Se calló antes
de tomar por rumbos que serían incómodos para ambos.
—Gracias,
Emmett —le dije con una sonrisa.
Rosalie salió
y nos miró a ambos. No informó sobre el cansancio de Edward y luego tomó
asiento al lado de Emmett.
Hablando de
miradas brillantes y cosas valiosas, Rose parecía embobada cada vez que Emmett
le prodigaba atención, pero no lo veía como estúpida sino más bien como una
joven ingenua y anhelante. Por dentro le deseé la mejor suerte del mundo. Sabía
de primera mano lo que era amar a un Cullen y esperaba que para ella si hubiese
un final feliz. Porque para mí, ya no estaba tan segura.
Veinticuatro
horas pasaron…
Veinticuatro
horas en las cuales ninguno se fue a su casa y montamos guardia por turnos en
la habitación de Edward y por supuesto, afuera de ésta. Alice con Jasper, que
ahora eran inseparables aunque no admitían si eran pareja o no. Esme y
Carlisle, que se veían a los ojos con complicidad juvenil y con preocupación
paternal alternadamente a ratos. Emmett y Rosalie, la cual era tan relajada y
acomedida que le resultó a este imposible no establecer un nexo con ella, así
solo fuese de amistad. Y yo, que estuve desde la medianoche hasta casi las
cinco de la mañana cuando entró de nuevo Alice con un café en mano y me mandó a
relajarme afuera. Mientras estuve en el cuarto Edward durmió como un niño. No
se despertó, no se movió y de vez en cuando resoplaba en medio de su profundo
sueño. Le susurré sentada a su lado una y otra vez el cuento del cazo de
Lorenzo. De alguna u otra forma necesitaba sentir que hacía algo por él y
quería creer que lo ayudaba a seguir durmiendo.
A las ocho en
punto llegó el Doctor Gerandy a chequearlo, quien por cierto no se cortó a la
hora de decirle que no le gustaba esa cortada que le había hecho en el pecho. Según
él le parecía grotesca. El médico no dejó de sonreír mientras chequeaba su
ritmo cardíaco y nos daba a todos las indicaciones de cómo debíamos cuidarle.
Autorizó su salida para el mediodía y cuando por fin lo dieron de alta, todos
nos fuimos a la casa a descansar.
Los días
siguientes fueron un infierno. Edward se negaba a ser atendido por mí, solo su
madre y Alice eran admitidas para que le curaran las pequeñas incisiones que le
habían hecho y a la altura de la vena del brazo izquierdo para instalarle el
marcapasos. Por mi parte yo era despedida con un simple: “Por favor, llama a mi
madre o a Alice.” Él desconocía el poder de destrucción que tenían en mí cada
uno de sus rechazos; pero para los demás no. Carlisle quiso razonar con él pero
no lo dejé. Temí que si se alteraba demasiado no sacáramos nada positivo del
asunto y empeoráramos las cosas.
Una mañana en
la cual tanto Esme como Alice estaban sumamente ocupadas; una en la cocina y la
otra haciendo las gestiones para remodelar el bufete de su esposo quien le
había propuesto eso hacía unos días atrás; a lo que ella había aceptado
encantada de la vida. Fui a la habitación de Edward con lo necesario para
esterilizar el área que ya estaba casi cicatrizada a pesar de hacer pasado tan
solo siete días desde entonces.
—Buenos días,
ángel —le dije con suavidad, pues seguía dormido—. Es hora de tu cura.
—insistí.
Él abrió los
ojos lentamente y al darse cuenta que era yo quien estaba sentada a su lado en
la cama se corrió violentamente hacia la otra punta. De golpe me paré y traté
de tranquilizarlo alejándome. Se quedó más tranquilo y a mí se me partió el
alma en mil pedazos.
—Supongo que
no dejarás que te toque —le dije con voz pesarosa.
—Que lo haga
Alice….o mi mamá ¡No puedo soportar que me toques!
Inhalé
bruscamente y me mordí el labio, asentí y salí de allí tan rápido como me
dieron las piernas. Ese era mi infierno personal; uno en donde Edward no me
soportaba. Ya no tenía sentido seguir en esa casa. Ya ninguna mierda tenía
sentido alguno.
Después de
pedirle a Alice que subiese a atender a Edward, me fui a la habitación que se
me había designado en aquella casa. Tomé mis maletas y bolsas en las que guardé
cada cosa mía. No quería dejar ni siquiera un rastro allí.
Bajé mis
pertenencias hasta la entrada y me dirigí al garaje. Apreté el botón interno
que activaba el portón eléctrico. Miré mi muy abandonada Chevy. No pude evitar
romper a llorar al entrar en esta y cerrar la puerta. Atrás habían quedado las
esperanzas de salir de esa casa tomada de la mano de mi ángel.
Pero ahora no
importaba nada, él lo había dejado bastante claro con todos y cada uno de sus
actos y más que nada, yo no deseaba tener nada que me recordase este dolor
lacerante que me estaba comiendo viva. Lloré con rabia por no haber sido lo que
Edward había esperado que fuera. Lloré con dolor porque sentía como si me
hubiesen arrancado el corazón en carne viva y lloré aún más con impotencia por
ver como se perdía la familia más real que alguna vez hubiese tenido.
Ya no tenía
nada.
Encendí el
motor que me sobresaltó un poco por lo fuerte que resonó en ese espacio tan
silencioso y lo puse en marcha. Me estacioné frente a la entrada de la casa y
pasé. Esme estaba allí, mirando con desconcierto las maletas y con cierta rabia
también.
—Señora Esme…
—Te vas. —me
cortó.
Asentí.
—¡Qué
decepción!
—Yo…
—Tú nada,
Isabella. Te dije que me decepcionaría de ti si dejabas de perseverar. Sé que
es duro, pero no pensé que te rendirías tan fácilmente. No parecías ser el tipo
de persona que nos abandonaría también.
Sabía que ese
“también” me colocaba en el grupo de enfermeras que se habían rendido por no haberle
tenido paciencia a Edward, pero en mi caso era distinto. Jodidamente distinto.
Ninguna de ellas se había enamorado de su paciente.
Bajé la cabeza
y acepté las palabras. Sin más empecé a recoger las maletas del suelo.
—¿Qué haces?
—Llevo las
cosas al auto.
Asintió con
frío desinterés.
—Iré a
prepararte tu pago.
—No es
necesario.
—De todas
maneras lo haré. Nos prestaste un servicio y debe ser pagado. Punto.
¿Un servicio? Si
había quedado una parte de mi corazón intacta la acababan de patear y hacer
añicos. Dio media vuelta y caminó con esa elegancia tan suya hacia el estudio
de su esposo.
—Señora Esme,
gracias por todo. Si no es mucha molestia, despídame del señor Cullen.
—No te vayas
antes de darte tu pago. —ordenó con dureza ignorando mi última petición.
—Comencé prestando
un servicio, pero eso paso a segundo plano hace mucho tiempo. No fue solo un
trabajo para mí.
Ella flaqueó
un poco en su andar pero de todas maneras respondió.
—Igualmente
recibirás tu cheque. Espera. —ordenó con esa elegancia que le era tan característica,
pero en esta ocasión se notaba fría.
Cuando se
perdió de vista me apresuré a tomar todas mis cosas y tirarlas a la parte
trasera de la camioneta. Como había dejado el motor encendido arranqué y salí
de allí a lo máximo que me dio esa vieja cafetera. Cuando iba lejos vi que Esme
y Alice se quedaban en la puerta, pero tenía la mirada anegada en lágrimas así
que no podía distinguir cuáles eran sus expresiones.
No tenía
adonde ir puesto que le había prestado mi casa a Alice y aunque podría quedarme
en alguna de aquellas habitaciones sobrantes, no podría lidiar con los
recuerdos que tenía de Edward y míos sentados sobre el sofá. Más aún si sabía por
descontado que en cualquier momento Alice sacaría a relucir algo sobre él. Así
que opté por manejar prácticamente sin rumbo, solo a donde me llevara la
condenada carretera. Tenía las mensualidades prácticamente sin tocar. Dos mil
quinientos dólares mensuales durante ocho meses sin tocar me daban la
posibilidad de pasar unos días lejos y aclarar mi mente antes de volver a Forks
y buscar el reenganche en el Saint Gabriel.
Me detuve a un
lado de la carretera cuando la lluvia que había empezado repentinamente, se
transformó en un diluvio en potencia. Esperé con la cabeza recostada al volante
que escampara para seguir, porque en esas condiciones climáticas no llegaría a
ninguna parte. En mi mente seguía rememorando las cosas que habían pasado: el
rechazo de Edward, la dureza de Esme, las figuras de ambas mujeres en la
puerta… golpeé el volante con los puños en un arranque de rabia histérica hasta
que me dolieron. ¿Por qué no se me
dejaba ser feliz? ¿A quién había jodido tanto en mi otra o en esta vida que lo
estaba pagando de esta manera? ¿Por qué el hoyo que tenía en medio del pecho no
se cerraba?
El golpe de
unos nudillos me despertó sobresaltada. Apenas una brizna de agua caía desde el
cielo. Aturdida miré a través del vidrio y vi a un chico alto, moreno y bien
parecido que nuevamente golpeaba la ventana. Tenía fruncido el ceño y sus ojos
negros como la noche me escrutaban.
—Oye ¿te
sientes bien? Necesitas que llame a la policía —su voz sonaba amortiguada por
el vidrio. Así que medio me acomodé el cabello con las manos luego de descubrir
que me había quedado dormida llorando y bajé un poco la ventanilla.
—No, muchas
gracias. Estoy bien. Estaba esperando que la lluvia cesara para…
No continué.
¿Qué iba a decir? ¿Para donde iba a ir?
—¿Ibas a…? —me
presionó él con cara de estar una respuesta.
—Más…adelante.
—¿Al río Qillayute?
—No.
—¿Al
aeropuerto Qillayute entonces?
—Tampoco.
—¿A Port
Angeles? Porque si es así creo que vas en la dirección contraria.
—No.
Subió una ceja
en escrutinio y entornó los ojos.
—Creo que no
tienes claro a dónde vas o piensas que voy a raptarte, violarte o asesinarte.
Lamento decepcionarte, bonita… —sonrió desplegando su hermosa dentadura blanca
y perfecta— Las cara pálidas no son mi tipo.
Irritada por
su intromisión y ahora reciente insulto contraataqué.
—¿Qué tu madre
no te enseñó a tratar con las mujeres? Porque de plano debes de ser una
vergüenza para ella.
—Mi mamá murió
hace más de tres años. —admitió él sin alterarse.
—Yo…lo siento
no sabía…no debí.
—¡Bah,
tranquila! No lo sabías. Y al fin y al cabo ya no está así que… ¿De qué sirve
andar llorando por lo que no puedes tener a tu lado? Debes seguir adelante por
tus propios medios.
—Vaya. Si eso
no es optimismo, no sé que lo será. ¿Cómo te llamas?
Me sonrió y
metió la mano lo más que pudo por la pequeña ranura.
—Paul.
Apreté su mano
lo mejor que pude y luego de soltarla terminé de bajar la ventanilla.
Miré alrededor
pero no pude reconocer nada.
—¿En dónde
estamos, Paul?
—Bueno, tú estás en la Reserva Quileute. Yo vivo
aquí. —dijo muy pagado de sí mismo. Ahora entendía el adjetivo. —Bienvenida a
mi territorio, cara pálida. ¿Necesitas un guía?
Y allí estaba.
No sabía lo que me deparaba el futuro además de más lágrimas en el itinerario
de más tarde, pero al menos parecía que me había topado que con alguien que
podía y quería sonreírme.
Me bajé de la
camioneta y miré a Paul de frente, que me miraba muy risueño desde sus casi dos
metros de altura.
Aquí vamos
pues…
Bueno…como
siempre el Ángel se hizo esperar…lo lamento, chicas pero estos últimos días han
sido sumamente ajetreados para mí. Además de que quería y necesitaba terminar
Anhelo desde la Oscuridad antes de continuar con CDC. Lo importante es que aquí
estoy…y aquí seguiré…
Les
mando un beso…
Este
capítulo se lo dedico a todas mis nuevas lectoras de Fanfiction. Gracias por
apoyarme y por hacer de esta historia lo que es.
nooooooooo que malo se porto el angel marieee no los hagas sufrir mucho por fissss se porto muy malll decirle esas cosas a bella nooo en que se convirtio el angel :/ marie no los hagas sufrir por fas
ResponderEliminarohhhhhhhhhhhhhh santa cachucha...
ResponderEliminarpor dios como sufre esta bella, me llore creo que todo el capitulo, mientras lo leía escuchaba de fondo a Morzat con su sonata nº11 y dios, juro que me transporto...
entiendo que Edward este muy dolido, pero tanto para decir que no soportaba que bella lo toque...
pobre de seguro que a el también le dolía hablarle de esa forma, no me imagino como se pondra cuando se entere que bella ya no esta mas...
seria muy bueno ver como el esta con un POV.Alice O Emmet, me gustaría ver mucho su reacción, ya que hacer un POV de Edward es muy difícil, si podemos ver su reacción a través de los demás personajes.
ok AME LITERALMENTE este capitulo fue muy triste y me dolió a mi la reacción de Edward...
ok gracias chicas por tan hermoso capitulo... Marie, Rochii son geniales!!!
atte: Gise
MARIEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE!!!... no lo acabo de leer!, pero estaba trabajando, y de por si fue dificil leerlo con dos niños y un bebe, dije mejor luego comento HAHAHA!... me encantoo *_* esta super tristee, creo qe Bella hizo mal, ella entiende, pq hasta lo explica y todo T_T pero bueeno... ): es taan triste, pero magnifico, casi me haces llorar!; y si no llore fue por mis niños qe me dijeron "no llores Lizzy" *_* (amo a los niños) dioos es taan hermoso, enserio, pero tienes qe reconciliarlos prontooo ): pobre Edward, tambien debe de estar dolido por lo qe seguro leeyo ): bueno en fin besooos nenaa me encantaaa enserio, el mejor fic qe he leeido en mi vidaaa <3
ResponderEliminarnoooooooooo pobre Bella pense que se quedaria pero el rechazo de Edward fue muy fuerte ,es una pena,me encanto y gracias nena valio la espera....Besos...
ResponderEliminarAI CHICA, QUE DOLOR... LA POBRE ESTA DESTROZADA POR EL RECHAZO... Y QUE FORMA TAN BRUSCA DE REACCIONAR DEL ANGEL,,, POR LINDO QUE SEA NO DEVERIA SER TAN CABEZON... LES SIGO LINDAS, HACEIS UN TREMENDO EQUIPO...BSSTS
ResponderEliminarAy pobre bella esta sufriendo mucho por los rechazos del angel creo que el angel se porto muy mal con bella porfa que ya no sufran mas me encanto el capitulo y llore. Que dtb bzoz y sig scribiendo
ResponderEliminarCasi me haces llorar, encanto. Cuando leía tenía a cada momento una sensación horrible en mi pecho que transmites con tus palabras... sentía ese frío de Edward. Fue tan raro O.o
ResponderEliminarBuu que triste que Bella se haya ido, pero es comprensible, cuando sientes que ya no encajas en un lugar, esa es tu respuesta... te vas. Edward parece estar muy molesto, me pregunto cómo será su reacción cuando se entere de que Bella se fue... será que aparentará que le vale que ella se valla? ya quiero el otro, estoy ansiosa *-*
Saluditos
Tati
waaa!! estuvo excelente casi me mata u.u pobrecito el ángel xD!! me muero quiero más, no deberías hacer eso xD!! me vas a matar si no subes otro cap pronto
ResponderEliminarAtte:
mei chan annie
Casi, casi estoy llorando... sobre todo por cuando le dijo que no quería que lo tocara. Ojalá que todo se solucione *w* ¿Qué irá a pasar ahora con Edward? tenfré que esperar al próximo para saberlo. Besos
ResponderEliminarNo puede seguir así... Porfis no te demores en subir el siguiente
ResponderEliminarSólo puedo decir: Oh Dios mío.! No tardes en publicar porfavooooor .!
ResponderEliminarHola omg me tienes con un nudo en la garganta nunca me hubiera imaginado donde iba a terminar todo me duele ver la actitud de edward pero tambien trato de entender aunque la verdad me gustaria mucho un epov aunque me imagino que seria muy dificil muero por saber que piensa espero que ahora que se de cuenta que bella se fue no se ponga peor y por favor que no pasen mucho tiempo separados sobre todo que ella no se aleje demasiado en espera del siguiente capi
ResponderEliminarsaludos y abrazos desde México
Hola Marie me encanto el capi estuvo estupendo un poco triste pero estupendo..felicidades..
ResponderEliminarque serà que pensarà con Edward al saber que Bella se fue por su rechazo..ummmm..
solo nos resta esperar..jajaja
que no nos hagas una eternidad, plisss...
besoss.
Me gustó mucho el capitulo... estaba algo atrasada...
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