INTERRUPCIONES
-
¡Amor, ayúdame aquí! – Le grité a Paul.
El
gran pavo pesaba mucho para mí sola.
Al
segundo me arrebató la bandeja de las manos.
-
¿Te costaba mucho llamarme para yo sacara eso del
horno? Estás buscando lastimarte por necedad. – dijo molesto.
-
No me gusta parecer una eterna damisela en peligro. –
le sonreí a manera de disculpa.
-
No, Rachel. – seguía molesto. – Pudiste hacerte daño.
Si se te volteaba la bandeja te hubieses quemado todo el cuerpo. – meneó la
cabeza como para sacarse esa idea.
Me
acerqué a él, lo abracé por la cintura y le hice un puchero.
-
No te molestes conmigo. Perdóname ¿sí? – Me refregué
contra él. – Ven. Dame un beso.
Me
vió de soslayo pero aceptó.
Rozó
sus labios con los míos delicadamente; pero no se imaginó mis intenciones
retorcidas. Tomé su cara entre mis manos. Lo besé ferozmente e incluso le mordí
el labio inferior. Luego mi lengua irrumpió en su boca sin permiso alguno, para
enredarse con la de él; que aunque trató de resistirse, sucumbió a mis caricias.
Tal
cual como me pasaba con él.
Besó
mi cuello y bajó sus manos hasta mis nalgas, por donde me agarró y me subió en
uno de los topes de la cocina.
Me
sacó la franela y luego la de él. Besó el nacimiento de mis senos que se
asomaban por encima del brassier. Bajó hasta mi estómago mientras yo halaba su
hermosa cabellera negra.
Me
fascinaba entregarme sin reservas a sus manos. Con gusto sacrificaba mi
libertad siempre y cuando él fuera mi cárcel.
Deslizó
sus dedos hasta el broche de mi brassier. Lo abrió y bajó una de las tiras
mientras me besaba el hombro con dedicación.
-
¡Awww. ¡Demonios no puede ser! – espetó molesto.
-
¿Qué pasa? – Le pregunté extrañada.
-
Viene un carro. Vístete. – Tomó su franela del suelo y
me alcanzó la mía.
También
me molestó lo inoportuno de cualquiera que estuviese llegando.
Me
volteé hacia Paul.
-
¿Se te quitó lo molesto, por lo menos?
-
A pesar de que eres una criatura malévola; no estoy
molesto contigo. Sino con el que nos interrumpió. Ahora estoy ansioso…
-
Tranquilo, amor. – le interrumpí. – Cuando todos se vayan nos
escapamos un rato a donde no nos molesten. – Mientras hablaba me iba vistiendo.
Puso
una mirada cómplice.
-
¿A dónde se te ocurre? – preguntó.
-
A la playa…no sé.
-
¿Porque no te quedas esta noche en mi casa? – tenía la
mirada esperanzada.
La
duda se apropió de mi rostro.
-
No lo sé…Es demasiado pronto. No para mí; sino para
Billy… - expuse
Decepcionado
asintió.
-
Pues si. Ni modo.
Lo
abracé y lo miré.
-
Dame unos días, cielo. Y cuando menos lo esperes me
despertaré a tu lado. – Le sonreí con ternura.
Le
brillaron los ojos.
-
Entonces espero ese día con ansias.
-
Pronto, amor. Pronto. – Concluí.
Seguimos
alistando los platillos y la mesa antes de que llegaran los chicos. Pero solo
llegó Jared en la camioneta de Sue.
Esa
parecía ser el transporte de la manada.
Me
reí sin disimulo.
Sonó
la puerta.
-
¿Qué te causa tanta risa? – preguntó Paul.
Seguí
caminando a la entrada.
-
Un chiste de lobos. – Me carcajeé.
Me
miró extrañado.
-
¿De que hablas? – Insistió.
-
Olvídalo. – abrí la puerta.
El
único asistente al compromiso entró.
-
Hola, Rachel. – saludó animado.
-
Hola, Jared – respondí con educación. - ¿Cómo has
estado?
-
Bien. Ansioso por conocer como cocina la nueva novia
de Paul. – ese comentario se me clavó como una espina.
Lo
miré suspicaz.
-
¿Nueva? ¿Acaso cambia mucho de pareja? – los celos me
hacían ver todo rojo.
Jared
se veía tranquilo; inocente de lo que me había causado sus comentarios.
-
Para nada. Novias no ha tenido muchas. Pero si muchas
chicas. Atrapaste a todo un casanova.
Paul
salió irritado de la cocina.
-
¿Conoces el concepto de la palabra “imprudente”? Pues
eres eso multiplicado por diez. Cállate antes de que te dé tu merecido. –
Estaba más inquieto que molesto.
Eso
aumentó más mis dudas.
-
Tranquilízate, viejo. Solo le comentaba a Rachel lo
cambiado que estás. – Se excusó levantando las manos.
-
¡No me ayudes tanto! – su tono era mordaz.
-
¡Ya basta! estamos para celebrar no para pelear. – intervine.
<<Eso
lo haremos luego…>> Me dije.
-
Cierto. – Asintió Jared. – Tengo hambre…
-
Pues toma asiento. – Lo convidé y así lo hizo.
-
Espera aquí. Voy a traer lo que falta. – le dije.
Paul
estaba en la cocina y me miraba nervioso.
-
¿Te pasa algo? – dije mientras sacaba la ensalada de
la nevera.
-
¿Estás molesta? – preguntó.
-
No… por ahora. – salí de la cocina.
Puse
el envase en la mesa junto al pavo.
-
¡Paul! – Grité. - ¿Podrías traer las cervezas? Por
favor.
Llegó
al momento con varias botellas metidas en un envase con hielo.
Nos
sentamos en la mesa. Quedé enfrente del único asistente; y mi novio se sentó al
lado mío.
-
¿Por qué no vinieron los demás chicos? – le pregunté a
Jared.
-
Sam y Emily, tuvieron una complicación. Quil tuvo que
llevar a Claire al médico, y como Embry no puede vivir sin él; se fue detrás. –
Puso los ojos en blanco mientras se servía un poco de cada contorno.
Paul
tomó la iniciativa de picar el pavo y nos sirvió a cada uno.
Jared
destapó tres cervezas y las repartió.
Levanté
la botella.
-
Porque este sea el comienzo de muchos encuentros. – propuse.
-
Así será. – Dijo Jared. - ¡Salud!
Brindamos
y comenzamos a comer.
El
almuerzo iba bien y la conversación fluía con comodidad.
De
repente se me ocurrió sacar a mi novio un poco de sus casillas.
Metí
la mano por debajo de la mesa y le acaricié la parte interna de los muslos. Él
se tensó ante mi roce y me tocó contener la risa.
-
Esto estuvo grandioso, Rachel. – me felicitó Jared al
terminar su cuarto plato de comida.
-
Gracias, ahora viene el postre.
-
Yo lo busco. – Dijo Paul.
Le
puse una mano en le hombro
-
No, amor. Yo lo busco. Espera aquí.
Y
me dirigí hacía el refrigerador para sacar un cheescake con fresas. Volví
pronto a la mesa. Corté y repartí el pastel.
-
¿Y tú tienes novia, Jared? – pregunté casualmente.
Luego me llevé un pedazo de cheescake a la boca.
-
Sí. Se llama Kim. – sus ojos brillaron por unos
instantes.
-
¿Por qué no te acompañó? – Le pregunté.
-
Pescó un fuerte resfriado. Al salir de aquí me voy a
su casa.
Mientras
él hablaba puse de nuevo la mano en el muslo de Paul y la deslicé hasta su
paquete.
El
cuerpo de Paul se tensaba y yo debía contener la risa. Ni me atreví a mirarlo,
porque de seguro me lapidaría con los ojos.
Cuando
Jared terminó de hablar aparté la mano.
-
Ahh. Pobre. Llévale una rebanada de pastel. – dije
cual inocente paloma.
Me
sonrió alegre.
-
Claro que si. Muchas gracias, Rach.
-
No hay de qué.
Los
muchachos siguieron la conversación con temas como deportes, problemas de la
reserva, etc.
Me
excusé y me levanté llevándome los platos sucios al fregador.
Me preparaba
para lavar los platos cuando Paul tomó la mano.
-
Yo me encargo – Me vió dulce. – Tú ya has hecho
demasiado. Si gustas termina de recoger la mesa.
Asentí,
le di un corto beso en las comisuras y fui al comedor.
Cuando
salí vi que Jared ya lo había hecho por mí y venía con las cosas en las manos.
-
¡Wow! ¡Que chicos tan juiciosos! – Me reí con asombro.
Me
paré al lado de Paul para secar las cosas lavadas.
Él
se giró hacia mí.
-
¡Eso es para que veas la clase de novio que te gastas!
Todos
nos carcajeamos.
-
Yo sé que tengo el mejor de todos. – le di un beso.
-
No. El mejor novio lo tiene Kim. – dijo Jared entre
risas.
-
Si. Claro. – Paul
puso los ojos en blanco.
Continuamos
en lo nuestro hasta dejar todo impecable. Envasé el pedazo de pastel y se lo dí
a Jared.
-
Toma. – dije entregándole el postre. – Dile de mi
parte que se recupere.
-
Gracias, Rach. Con mucho gusto se lo diré. – su mirada
era de agradecimiento. – Debo irme. Tengo mucho rato sin saber de Kim y eso no
me agrada.
-
Está bien. Gracias por venir. Cuídate y cuídala mucho.
– me despedí con la mano.
-
Claro que si, Rachel. Gracias por todo y hasta pronto.
– Luego volteó a ver a Paul. –Viejo ¿Nos vemos esta noche?
Él
negó con la cabeza.
-
Hoy no. Mañana en la mañana. Avísale a Sam; pero si
hay una emergencia avísame. – Le dijo en tono serio.
Jared
asintió y salió de la casa.
Yo
me senté en el canapé mientras veía a Paul conversar. Cuando salió su amigo se
fue hacia mí.
Me
abracé a él y me quedé recostada en su pecho.
-
¿Qué vamos a hacer? – le pregunté.
-
Salgamos. ¿Quieres dar una vuelta por la playa?
-
Me da igual. No quiero estar encerrada.
-
Abrígate y vámonos.
Así
hice. Me coloqué mi chaqueta, tomé mi celular, las llaves del carro y de la
casa.
-
Lista. – dije al bajar.
Nos
tomamos de la mano y entramos al auto.
Llegamos
a la playa y hablamos más cosas sobre la manada.
Me
llamó mucho la atención que Quil se imprimara de una niña de 3 años; y que de
paso fuese familia de Emily. Esas mujeres debían tener algo genético para lo
raro. Porque había dos imprimadas y Leah que era loba. Pero a diferencia de ellas,
la última fue la peor parada. Sola y viendo que su prometido se iba con su
prima hermana.
-
Siento mucha pena por Leah. Ella no merece cuanto le
ha pasado en la vida. Primero pierde a su prometido. Luego muere su padre y para
rematar. Se convierte en licántropa. Nadie merece tanta pana. Y menos una chica
que no ha sido malvada.
Paul
puso los ojos en blanco.
-
Pero sr volvió después de eso…
-
¿Y quien no? Quizás hasta yo lo haría. No te atrevas a
juzgarla. Imagina que eso te hubiese pasado a ti. ¿Qué harías si yo te dejara
por otro? A sabiendas que lo amaría por siempre, él también a mí y que tú no
pudieses hacer nada al respecto.
Se
estremeció a mi lado.
-
No se lo que haría. O de que sería capaz. – el pánico
invadió su rostro. – De todas formas eso no nos ocurrirá, porque eres mía y
para siempre.
-
Lo sé. Pero ninguno de ustedes ha pasado lo que ella
ha tenido que enfrentar. Prométeme que no le recriminarás nada.
-
¿Y si es ella la que me busca pelea? – preguntó algo
desafiante.
-
Pues te aguantas. En ese momento imagínate como te
sentirías si te abandonara. – le dije firmemente.
-
No puedo…no quiero… - le costaba emitir palabras
-
¡Ahh! ¿ves? Es duro. De verdad que le deseo lo mejor.
Me gustaría que apareciera alguien que la amara como se merece. O mejor aún.
Que ella genere impronta también.
Negó
con la cabeza.
-
No es posible. Eso parece ser algo de hombres.
Lo
miré con rabia.
-
Después de todo lo que les ha pasado…¿Todavía no creen
en lo imposible? – exhalé con obstinación. - ¡No son más que una bola de
machistas!
-
No es así, Rachel. No seas obtusa. Solo nos guiamos
por las leyendas. – se veía molesto.
Me
mordí el labio y respiré profundo. Estaba molesta.
-
Así que soy obtusa. – me levanté - Bien.
-
¿Adonde vas? – me preguntó molesto todavía.
-
Eso no te incumbe y tampoco creo que te importe. Total
¿Quién querría andar con una “obtusa”? – enfaticé la palabra.
Me
dirigí hacia la carretera. En dirección sur.
Paul
me alcanzó rápidamente.
-
Rachel, discúlpame. Me molesté, no fue mi intención insultarte.
Pero admite que te pusiste altanera. - ¿De verdad querría arreglar las cosas?
-
Noticia de última hora para Paul Howe. – subí mi tono
de voz. - ¡Yo he sido altanera toda mi condenada vida! Y ni siquiera pienses
que por ti voy a convertirme en una pusilánime que acepta todo lo que le digas.
– me volteé y quise seguir mi camino pero me agarró por el brazo.
-
Rach, por favor. Escú…
Lo
interrumpí.
-
No te quiero escuchar. No hoy. Así que déjame irme a
mi casa.
Mis
propias palabras me herían.
-
Deja que te lleve. – au voz era un susurro bajo lleno
de dolor. – Tu casa está lejos.
Asentí.
Caminamos
en silencio hasta el auto y por el camino fue igual.
Me
volteé hacia la ventana y una lágrima se me escapó. La limpié rápidamente para
que no se diera cuanta.
-
¿Estas llorando? – preguntó preocupado.
<<
¡Maldición!>>
-
No. – dije tajante.
-
Te vi limpiarte una lágrima.
-
No estoy llorando y punto. Además ya llegamos. Gracias
por traerme.
Me
bajé del auto sin verlo siquiera. Estaba a punto de devolverme, darle un beso y
decirle que todo había sido una tontería. Pero él debía aprender a respetarme y
entender que no por el hecho de ser su novia dejaría de ser como era.
Entré
en la casa y subí a mi cuarto. Me derrumbé en la cama y lloré hasta que me
quedé dormida.
Paul Pov:
<<
¿Por qué me hace esto?>> me pregunté mientras me limpiaba una lágrima.
Parecía
un idiota llorando por ella, aún encerrado en el auto. Me recosté del asiento y
traté de calmarme.
El
dolor de sentirla tan fría no cesaba y comenzaba a asfixiarme.
Me
bajé del coche y entré en la casa con sigilo. No quería que me escuchara y
pensara que era un atorrante.
Salí
y entré en fase. En cuanto me adentré en el bosque el paisaje comenzó a
desdibujarse a mi alrededor a la velocidad de mi furiosa carrera.
No
quería ver a nadie, anhelaba quedarme solo y reflexionar en lo que acaba de
pasar para ver si lo comprendía y arreglaba una pelea que se presentó de manera
abrupta.
<<Todo
estaba bien… Y de repente las cosas se salieron de control. ¡Maldita sea Leah
por hacerme pelear con mi princesa!. Peor aún, porque la insulté>>
Otra
lágrima; pero esta vez del tamaño de una pelota de beisbol, apareció en mi ojo y
rodó por mi hocico.
Sacudí
la cabeza con fuerza para deshacerme del rastro de pena.
Lo
que me había dicho Rachel volvió a mi cabeza para atormentarme. La imaginé
abandonándome.
-
Lo
siento, Paul. Viví cosas hermosas a tu lado. Demasiadas. Te debo mucho en ese
sentido. Pero…Amo a Mathew con toda mi alma. Y no me puedo seguir engañando a
tu lado. Es algo que simplemente no se puede cambiar. Adiós.
La
siguiente imagen fue peor.
La
vi besándose con el muñequito francés ese…
Aullé
histérico. Los celos me carcomían y el dolor me corroía.
De
repente pensé en lo que debía haber sentido leah.
Dolor,
rechazo, celos, rencor, soledad, vacío…
En
ese momento me sentí como un completo bastardo por ver las cosas solo desde el
lado de Sam.
Él
era como mí hermano y siempre lo había apoyado sin titubear.
Pero
en este caso Rachel tenía razón. Éramos injustos con Leah, porque la
considerábamos una arpía. Sin detenernos a pensar en lo que la había convertido
en lo que era.
Corrí
de nuevo pero ahora hasta mi casa. Me dirigí a la puerta trasera, cambié de
forma. Y pasé.
Estaba
totalmente desnudo, puesto que había dejado mis ropas y mis zapatos hechos
jirones en el bosque.
Subí
a mi alcoba y observé la cama. Se veía tan grande y tan vacía…
Hacia
un buen rato ya desde que me la había imaginado llena con el cuerpo de mi
princesa y el mío. Juntos, entregándonos el uno al otro con pasión y amor como
lo habíamos hecho hasta ahora.
Me
senté en la orilla y luego me tumbé en el lecho.
Imaginé
sus curvas perfectas pegadas a mi cuerpo…sus uñas encajándose en mi espalda con
cada espasmo de placer…su hermosa voz jadeando mi nombre en mi oído…
Casi
sin darme cuenta, comencé a acariciarme recordándola a ella. Tomé mi miembro y
empecé a masajearlo en dirección ascendente y descendente. Primero con
lentitud, luego con insistente contundencia.
Mi
imaginación fluctuaba entre fantasías y recuerdos.
No
tardé en llegar al clímax.
Si
bien sentí un desahogo; no cesó la sensación de tristeza y desasosiego.
Le
necesitaba a ella y solo a ella. Necesitaba saber que estaba bien y feliz. No
podría seguir en ese estado mucho más tiempo.
Me
levanté para bañarme y vestirme. Tenía que salir de nuevo.
Entré
a una tienda de regalos en Port Angeles pagué un peluche que era una perrita
gris de mirada triste y que tenía dos grandes lazos en sus orejas. Al darme
cuenta de la ironía que implicaba el regalo; decidí arrancarle dichos lazos.
Además
le compré unas docenas de rosas blancas, sus favoritas, una caja de bombones
surtidos y una tarjeta inmensa que decía. Perdóname.
Te amo.
Subí
todo a la camioneta de Sue; y me fui hasta la casa de Rachel.
Llegué
y toqué a la puerta. Nadie me respondió.
A los minutos toqué un poco más fuerte; pero al igual que hacía momentos atrás;
nadie salió. Supuse había salido.
Me
senté en la escalera de la entrada; puesto que estaba a pie. Decidí esperarla
allí. Me mantuve en silencio durante un buen rato. De repente escuché ruidos en
el cuarto de Rachel, específicamente chirridos de la cama.
Consideré
la posibilidad de irrumpir en su casa sin autorización previa. Sabía que me
estaba comportando como el propio acosador. Pero ni la culpa, ni la vergüenza
eran más fuertes que mi necesidad de verla.
Así
que tomé todo lo que había comprado y me puse en pie. Gracias a Dios la puerta estaba
abierta. Me adentré con pasos sigilosos. Encontré cerrado el acceso a su cuarto;
giré la manilla y empujé solo un poco. No se produjo cambio alguno; y eso me
dio luz verde para pasar.
Rachel
yacía profundamente dormida.
Coloqué
todo lo que le había traído sobre su peinadora y me acerqué a su cama.
Su
respiración se veía interrumpida por suaves sollozos, como si se hubiese
dormido llorando. Noté al lado de sus ojos una marca de humedad y confirmé mi
teoría.
Sabía
que era el culpable de esas lágrimas. Quise abrazarla fuerte y besarla. Pero no
podía hacerlo, desconocía la reacción de ella si me viese allí; después de lo
que había pasado y sin tener permiso para pasar a su casa.
Me
quedé al lado de su cama y rocé sus mejillas con mis yemas. Su piel lisa y
suave le inyectaba una especie de adrenalina a mi cuerpo.
Era
tan hermosa incluso en medio de su inquieto sueño a causa de los sollozos. Se
veía perfecta.
Y lo que le hacía más perfecta era saberla mía.
Aunque estuviera moleta conmigo, sabía que me amaba tanto como yo a ella. O
talvez yo la amaba más. Porque el mundo se podía derrumbar cuando ella estaba
cerca. Lo que había pasado era una tonta pelea que no podía separarnos. No a
nosotros.
Mi
princesa se removió inquieta, su respiración se agitó y su cara reflejó un
terror inmenso. Quité mi mano de ella en ese instante. Advertí que estaba teniendo una pesadilla. No
supe que hacer si despertarla o irme de allí. Al final lo único que hice fue
quedarme paralizado y agachado todavía a su lado.
De
repente lanzó un grito al aire y abrió sus ojos que se encontraban
desorbitados.
Entonces
todo pasó rápido. Ella se sentó de golpe viendo hacia el frente, yo me alarmé y
puse de pie, y ella gritó del susto.
Se
percató de que era yo quien estaba con ella y se calló.
-
Paul… - seguía agitada. – Estás aquí.
Me
abrazó rápidamente por la cintura. Estaba consternado.
Me
agaché y le tomé la cara en mis manos. Rachel tenía el rostro bañado en
lágrimas.
-
Si, princesa. Aquí estoy. ¿Qué te pasa? ¿Por qué estas
así? Solo fue una pesadilla.
De
pronto sus ojos antes asustados se congelaron. Retiró su cara de entre mis
manos y recobró la compostura.
-
Disculpa. Fue un corto lapsus mental. – me miró
extrañada. - ¿Qué haces aquí?
Inspiré
profundo. Tendría que excusarme tratando de no parecer un perseguidor. Y era
peor ahora que ella hubiera vuelto a su actitud beligerante.
-
Yo…vine a traerte algo; pero toqué la puerta y nadie
me abrió. Me aventuré a ver si habías dejado la puerta abierta y así fue. Me
dirigí a tu cuarto y te vi durmiendo. De repente te levantaste toda perturbada.
-
Jummm. Está bien. ¿Y qué fue eso que me trajiste? – solo
me veía a mi, no a su alrededor.
Me
dirigí a la peinadora, agarré las cosas y me senté a su lado.
Conocía
tanto a mi Rachel, que sabía que luchaba contra las lágrimas. Seguía molesta y
no quería dar su brazo a torcer tan fácilmente.
-
¿Qué pretendes con esto, Paul? – me espetó con
acritud.
Su
desdén me hería.
-
Que me perdonaras, Rach. No fue mi intención hacerte
daño. Te amo más que a nada y no quiero echar todo a perder por mi mal
carácter.
-
¿Me comprarás peluches cada vez que me faltes el
respeto? – su tono era mordaz y firme. – Eso no lo toleraré. La nieta de
Ephraim Black no nació para ser pisada.
-
No, mi princesa. No habrá segunda ni tercera vez. Eres
sagrada para mí. No aguanto el saber que estás molesta conmigo.
Por
fin aceptó tomar los obsequios.
Abrazó
fuertemente al perro y escondió su cara en él. Pasados unos momentos levantó la
vista; estaba llorando.
-
Prométeme que no volveremos a pasar por esto. Jamás
había llorado tan amargamente en toda mi vida. No quiero que nos hagamos daño y
nos reconciliemos a cada rato. Esa no es la relación que quiero llevar contigo.
Me
arrodillé a sus pies, le quité el peluche y me posicioné entre sus piernas.
Pegué
mí frente a la suya y con mis manos estreché su cintura.
-
Te juro, princesa. Que no te volveré a herir jamás. No
puedo estar sin ti.
Limpié
sus lágrimas con mis yemas. Luego nos miramos fijamente a los ojos y la
tristeza fue suplantada por el deseo.
La
tomé de sus cabellos y la besé con violencia; no quería hacerle daño pero la
deseaba tanto; desde la mañana.
Nuestras
respiraciones se volvieron irregulares.
Me
levanté del suelo sin separarme de ella, solo para tenderme encima de su
cuerpo.
Sus
dedos se aferraban a mi cabello para atraerme más hacia ella; lo que me
demostraba que estaba tan desesperada como yo.
Introduje
mis manos por los costados de su franela para sacársela; pero el sonido de un
carro me interrumpió de nuevo.
-
¡Maldición! No puede ser; no de nuevo. – espeté
molesto.
Ella
me miró de una manera que me dificultaba pensar con claridad.
-
Viene alguien…de nuevo. – le expliqué.
Suspiró
con pesar.
-
Debe de ser Billy.
-
Pues si. No creo que pueda ser alguien más.
-
Espérame abajo. Por favor. – me pidió Rachel.
Asentí
y me levanté de la cama.
Hoy
definitivamente iba a tener una mala noche. Parecía irreal que cada vez que
íbamos a estar juntos, alguien nos interrumpía. Suponía que tendría que conformarme
con abrazarla un rato antes de irme a mi casa solo y a punto de ebullición por
el deseo que me consumía en ese momento.
Iba
a tirarme sobre el mueble para esperarla; pero entre tanto el carro se detuvo
en la entrada.
Me
dirigí a la puerta y la abrí.
Charlie
empujaba a Billy hacia la casa.
-
Buenas noches. – los saludé a ambos.
-
Hola, ¿Cómo estás? – preguntó Billy en tono amable. Me
extrañó el cambio de su actitud.
-
¡Paul! muchacho tenía tiempo sin verte. ¿Cómo andas? –
preguntó Charlie.
-
Muy bien. Gracias por preguntar.
-
¿Donde está Rachel? – preguntó Billy.
-
Arriba en su alcoba.
En
ese momento escuché que ella salió de su alcoba y apresuró el paso por las
escaleras.
-
¿Van a salir? – Volvió a interrogar él.
-
Sí. – respondió ella a lo que apareció en la sala. Me
tomó por sorpresa ese hecho ya que daba por sentado que nos quedaríamos echados
en el sofá lo que restaba del día. – No me esperes despierto.
Esas
palabras me alegraron de manera súbita.
-
Hola, Charlie. Buenas noches. – saludó ella
educadamente.
-
Wow, Rachel. ¡Mírate! Estás hecha una hermosa mujer. –
dijo Charlie asombrado pero sin ningún deje lascivo que me incomodase.
Mi
pecho se infló de orgullo por saberme el dueño de tanta belleza.
-
Gracias. ¿Hoy es noche de partido? – preguntó de forma
educada para no salir corriendo de allí. No entendía porqué estaba tan
desesperada pero para mí…mejor.
-
Sí. ¿No te quieres quedar para que recordemos viejos
tiempos? – la invitó él.
<<
¡Por supuesto que no!>> pensé.
-
No. Apuesta con mi papá. He estado desconectada del
deporte últimamente y de seguro tendría que cocinarles. Así que paso. – ella les
sonrió displicente.
-
Está bien. – asintió él.
-
Bueno ¿nos vamos? – me preguntó.
Asentí
y le abrí la puerta.
-
Adiós Charlie. Adiós papá. – se despidió Rachel.
Ambos
le contestaron.
-
Buenas noches. – dije al salir.
-
Hasta pronto, muchacho. – dijo Charlie.
-
Adiós, Paul. – dijo Billy.
Rach
ya me esperaba al lado de la puerta del copiloto.
-
¿Trajiste las llaves? – le pregunté en la puerta del
piloto.
-
¿No las tenías tú?
-
Las puse sobre la mesa de la sala antes de irme. – recordé
los desagradables hechos de la tarde.
-
Pues allí deben de seguir. Te toca irlas a buscar. – se
sonrió malévola.
Tuve
que devolverme a buscar las llaves y volver a salir. Parecía que era el día de
“torturar a Paul Howe”. Cuando más quería estar con Rachel a solas, pasaba algo
para retrasar el momento.
Prendí
el auto y arrancamos.
-
¿A dónde quieres ir? – le pregunté. Estaba ansioso. No
sabía que se traía entre manos.
Me
vió a los ojos y sonrió sensual.
-
A tu casa. – le devolví la sonrisa y pisé el
acelerador a fondo.
Cuando
nos bajamos del auto su celular sonó.
Rachel
lo vió detenidamente. Como debatiéndose entre atender o no.
Entonces
supe quién era y me provocó tirar el maldito aparato contra el piso.
-
Es él de nuevo. ¿Cierto? – la ira me invadió de golpe.
Asintió
y respondió.
-
Hola, Mathew. – su voz sonaba algo seca pero no lo
suficiente como para agradarme.
-
Hola Rachel ¿Cómo has estado? – preguntó el francesito
con voz pesarosa.
-
Pues muy bien. Bastante ocupada. ¿Y tú?
-
Ocupado también, pero eso no te borra de mi mente.
Sigo queriéndote con la misma intensidad de siempre. Rach. – apreté los dientes
con fuerza.
¿Cómo
se atrevió a decirle Rach? Así la llamo yo. ¡Bastardo! Le daría un verdadero
motivo para llorar si nos volvíamos a ver frente a frente.
Tuve
que respirar profundo tres veces. Estaba comenzando a temblar.
-
Mira, Math – su tono era comprensivo; lo que más ira
me daba. – Acepta que lo nuestro se acabó. Pasó a la historia. Fue hermoso en
su momento; pero ya pasó. Ahora tengo un novio al cual amo…
-
¡¿Un qué?! – gritó. Estuve a punto de quitarle el
celular y gritarle mil blasfemias; pero me contuve. - ¿Un novio? ¡Rachel Marie
Black…solo llevas dos semanas allá! Yo estuve detrás de ti por meses. ¿Qué pasa
contigo? No te reconozco.
Definitivamente
el decir es cierto, “Mi dicha es tu
condena”. Tenía el pecho inflado de orgullo; Rachel me había aceptado mucho
más rápido que a él y de paso fue mía. Cosa que el no consiguió con años de
noviazgo.
Reí
triunfal.
-
No creo que te deba explicaciones acerca de lo que
hago o dejo de hacer con mi vida íntima. – Rachel se estaba exasperando.
Esperaba que lo mandara al demonio de una vez por todas. – Ya basta, Mathew.
Haz tú la tuya y no te entrometas en la mía.
-
¿Dijiste intimidad? ¡Por Dios Rachel dime que no te
has acostado con ese…tipo! – Comencé a temblar de nuevo. – No puedes haberme
hecho eso. No a mí.
Rachel
se quedó callada con cara de tragedia.
-
¡Rachel, respóndeme! – le gritó él.
<<Te
ganaste tu boleto a la siguiente vida, malnacido.>>, pensé comenzando a
temblar de nuevo.
-
No pienso hablar de mi intimidad contigo. Ya te lo he
dicho. – ella quería mostrar firmeza con su tono pero en sus ojos se veía otra
cosa. ¿Nervios?
-
Lo hiciste, Rachel Marie. Lo hiciste. – el siguiente
sonido fue el pitido de cuando se cuelga la llamada.
Trancó
el celular y bajó la cabeza.
Puse
los dedos bajo su mentón y subí su cara.
-
No me gusta verte así. – le susurré.
-
Le sigo haciendo daño, Paul. A pesar de haber
terminado con él, de estar lejos; le sigo haciendo daño. – se torturaba así
misma.
-
No, princesa. Él y solo él se hace daño. Te llama, a
pesar de que le dijiste que amabas a otro; y además osa meterse en tu vida
privada. Él busca su propio destino.
Negó
con la cabeza.
-
Soy un monstruo horrible y despiadado.
-
No. Eres un del tipo de monstruo que le gusta torturar
a los débiles con sus encantos. Para luego alejarlos; y dejarlos con un deseo
casi irrefrenable que consume todo a su paso.
Ella
sonrió por fin.
Me
pegué a ella y la besé con intensidad y fervor. La recosté contra la puerta,
mientras introducía mi lengua en su cálida y dulce boca.
-
¿Pa…ul? – giró la cabeza para escapar de mis besos.
-
¿Qué? – dije contra su cuello
.
-
Esperemos hasta pasar. Solo debes abrir la puerta, así
nos libraremos de cargos por indecencia en áreas públicas. – la risa se
trasmitió en su tono.
-
Aquí no hay nadie… - le interrumpí.
-
Abre la puerta, Paul Howe. – exigió con falsa obstinación.
Puse
los ojos en blanco pero le obedecí.
Entonces,
cuando la iba a tomar por la cintura; me interrumpió.
-
¿Me puedes subir un vaso de leche tibia? – me pidió
con tono infantil.
Asentí.
Subió
los escalones y se fué a la recámara.
Saqué
la leche de la nevera, serví en una taza grande y la metí al horno microondas.
Subí
hasta el cuarto.
Casi
se me cae el recipiente de mis manos por lo que veía.
Había
una diosa acostada en mi cama vestida solo con un camisón casi transparente de
color rojo.
Hola hermosa!! Ya, vengo por una cuestion que tal vez te interese. Tu escribiste "Oscura añoranza" ¿te acuerdas? una viñeta para el concurso de mi blog. Resulta que hice un blog especial donde se publicarán todas aquellas viñetas que seguirán como fic, si tu estas interesada en la idea de subir tu viñe y su continuación en ese blog por favor dime así te hago una invitación al blog como autora, es este: http://twilightentreamigas.blogspot.com/
ResponderEliminarBesotes y gracias!!!!!!!!!!
Felíz de participar en él cariño...Avísame cuando lo envíes...Besos y gracias por el apoyo...
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