jueves, 28 de octubre de 2010

SEGUNDO CAPÍTULO


“PASEO INDESEADO”

-      Debería ponerme mi peor ropa para ver si así desiste de salir, Hockey. – mi perro me veía con atención mientras yacía acostado largo a largo en mi cama; con la cabeza entre las patas delanteras.
Era un muy robusto pitbull de ocho años de edad, con el pelaje de color marrón atigrado y con unos ojos que parecían cambiar de acuerdo a la luz del día; podías verlos marrón rojizo o chocolate oscuro.
-      No. Ese con tal de agradar a todos es capaz de sacarme hasta en harapos. – dije mientras buscaba algo que usar. – Te diría que lo mordieras pero de seguro tendría que llevarte luego al veterinario; porque su sarcasmo y egocentrismo los lleva en la sangre. Y eso amigo mío, es como veneno.
Al final saqué unos jeans desgastados, una camisa manga larga de cuadros azules con morados y una chaqueta impermeable por si acaso.
Entré en la ducha, tomé un baño rápido y salí.
No tenía ganas de arreglarme mucho por lo que me peiné con un poco de mousse y apenas me maquillé.
Cuando fui a sentarme a la cama Hockey puso su pesada cabeza en mis piernas.
-      Colabora, bebé. Tengo que colocarme los zapatos. – pero el muy sin vergüenza no hizo siquiera el intento de obedecer.
Entorné los ojos con frustración y luego se me ocurrió una idea.
-      ¡Un ratón, Hockey! ¡Un ratón! – le grité señalando a una de las esquinas que tenía al frente en donde estaba una mecedora.
El animal se bajó de la cama como alma que lleva el diablo y se puso a ladrar.
Me reí con malicia mientras me calzaba.
-      Siempre funciona. – dije complacida
Y como si me hubiese entendido; Hockey tuvo una de sus reacciones del tipo “no me jodas”. Me dio la espalda y hasta pareció que me torcía los ojos al salir de mi habitación.
Sí, él era así. Un tanto malcriado.

A la una en punto de la tarde escuché que un auto se aparcaba en la puerta de mi casa. Adiviné que debía ser el “perfectísimo teniente Black”.
-      ¡Bella, te vinieron a buscar! – avisó Reneé emocionada desde la entrada de mi cuarto.
Cerré mi libro “Sombras de la Noche” de Maggie Shayne y me levanté con parsimonia de la cama.
-      No le vayas a hacer desaires al teniente, por favor. Mira que la educación no pelea con la gente.
Tomé mi bolso de la encimera que estaba al lado de la puerta.
-      Eso depende. Si los merece; júralo que no dudaré en decirle sus verdades.
Entrecerró los ojos con rabia.
-      No hagas quedar mal a tu tío Aro con tu mala actitud. Es en serio, Isabella. – ordenó tajante.
-      Bella. – le recordé. Odiaba que me llamara así. – Y tranquila; me comportaré…solo por mi tío.
Me dio un beso para despedirse.
El hombre tocaba a la puerta y fui yo quien se la abrí.
-      Buenas tardes; Isabella. – dijo en tono galante.
<<Otra vez>>
-      Bella. – lo corregí – Buenas tardes, teniente.
Él sonrió ante mi respuesta.
-      Disculpa, Bella. Dime solo Jacob. No eres uno de mis subordinados.
-      Por supuesto que no. – le dije mientras salía al exterior de mi hogar.
-      ¡Hola, Jacob! – dijo mi madre emocionada - ¿Cómo has estado?
-      Muy bien, señora Reneé. – se volvió hacia ella con sus modales “demasiado amables” acostumbrados - ¿Y usted?
-        Gracias dios bien, hijo. ¿A dónde van a ir?
-      A Port Ángeles. La traeré temprano, se lo prometo.
-      Más te vale que sí. – bromeó ella.
Después de unos minutos de conversación; por fin se despidieron y procedimos a entrar en el auto con placa del ejército.
-      ¿No es acaso un acto de corrupción el que estés manejando un carro de la fuerza para cuestiones personales? – le cuestioné con malicia.
El muy descarado se rió mostrando sus dientes rectos y blancos.
-      Este auto se me asignó de manera oficial. No estoy incurriendo en actos de “corrupción” como me acusas. Aunque tuve un superior que me decía: “Militar que no es inmoral, se arruina”.
Enarqué las cejas.
-      ¡Qué hermosas filosofías las suyas! – le espeté – Y mi tío se irá a arruinar porque jamás ha caído a esos niveles.
-      ¡Bah! No nos juzgues por eso. Son simples charadas entre colegas de oficio. – dijo encogiéndose de hombros.
Estuvimos unos minutos sin decir nada…
-      Y… ¿Qué estás estudiando? – la situación se estaba tornando incómoda, y él intentaba salvar la partida.
-      Octavo semestre de administración en la University of Forks.
Asintió.
-      Cierto. Mi general me lo había comentado con anterioridad.
-      ¿Te puedo decir algo? – se me salió sin pensarlo mucho.
-      Lo que sea. – volteaba a momentos para verme a la cara.
-      Odio que le digas así. Sé que es por cuestión de respeto, pero por favor, te agradecería que delante de mí le digas de otra manera.
Las comisuras de sus labios se estiraron en una sonrisa torcida.
-      ¿Te molesta tanto?
-      Sí.
-      ¿Es por eso que te caigo tan mal?
-      Oh no, teniente. Eso es una pequeña parte. – me burlé abiertamente.
-      Bien. Creo que merezco saber las razones por las que no te agrado, al fin y al cabo esta salida es para eso. No quiero que tengas una mala imagen de mí; por lo menos debes de concederme el que pueda defenderme.
Me removí en el puesto del copiloto para acomodarme; la conversación sería larga y el paseo indeseado apenas comenzaba.
-      Bien. La razón principal es que nunca he sido muy amante de los militares; ya que me parecen demasiado…desconfiables. Segundo, no me agrada su actitud para con mi familia…
-      ¿Con tu familia?  - me interrumpió alarmado – Si no he hecho otra cosa más que ser amable con ellos.
-      Demasiado diría yo. Es que me parece que todo ese…respeto y amabilidad es una máscara. Debido a eso viene la tercera razón; que es mi falta de confianza en usted y en sus intenciones de querer agradarme a mí a pesar de que le he querido hacer ver de una manera no muy directa, que no me interesa. – confiada en que no podía rebatirme lo último lo miré victoriosa.
-      Oh, eres bastante sincera ¿Cierto? – asentí – Pero debo decirte que yo soy con tu familia de esa manera porque ellos me han recibido de muy buena manera. El general Aro me ha brindado una mano no solo para que me adapte a este nuevo puesto de trabajo, sino que me abrió las puertas de su casa y núcleo familiar. No puedo hacer menos que ser agradecido.
Se defendió de una manera muy apropiada.
-      Aún así dejaré de llamarlo “Mi general” mientras esté en tu presencia. – continuó – Y con respecto a ti… - se volvió y me miró con picardía – Es que me gustaste desde el primer momento en que te vi. Por eso he intentado agradarte, pero no ha sido fácil. Eres muy testaruda.
Sonreí esperanzada.
-      Entonces ¿dejarás de acercarte a mí ahora que sabes que me incomoda?
-      No. – su cara de autosuficiencia era irritante – no me creas tan buena gente, Bella. Sé que me costará un poco, pero ya verás que no soy el ser horroroso que te has creado en la mente.
-      No solo está en mi mente dicha percepción, ahora mismo creo que lo estoy viendo. – dije un tanto molesta, odiaba perder.
Se carcajeó a todo pulmón mientras seguía conduciendo.

Llegamos a un restaurant nuevo en Port Angeles, especializado en cortes de carnes. Había ido una sola vez con mi tío Cayo y su esposa. Era fabuloso, así me que me tragué mi propio ácido en cuanto a sus gustos, al menos parecíamos afines en ese sentido.
-      Espero que te guste la carne a la parrilla. A mí me fascina. – dijo mientras se estacionaba.
-      Sí, me gusta. – el orgullo dominaba mi comportamiento. Así que antes muerta que decirle que me fascinaba, ya buscaría la manera de utilizar eso en mi contra tarde o temprano.

Entramos en el lugar que parecía estar ambientado al estilo de un rancho campestre, con columnas revestidas en madera un poco basta, techo amachimbrado y de este guindaban luces al estilo cascada de las que se colgaban en las fachadas de las casas en época de navidad. Era algo que contrastaba pero no quedaba mal.
Tomamos asiento en una esquina que Jacob había reservado con anterioridad; me di cuenta porque el mánager lo conocía y lo llevó directamente allá; nos trajeron la carta y comenzamos a leer.
-      ¿Qué te apetece? – me preguntó viendo por encima del menú.
-      Deberíamos pedirle la recomendación al camarero; quizás él nos pueda recomendar un buen corte.
Sonrió sorprendido.
-      ¿Habías venido antes?
-      Sí, con un tío. – le comenté dándome cuenta después; de que había hecho justo lo que proponía no hacer…
-      Osea que escogí bien el lugar. – precisamente por esa actitud de él.
-      Sí. – admití a regañadientes.
-      Creo que deberíamos pedir la punta argentina. Aunque esperemos a ver lo que nos recomienda el camarero.
Lo llamó y consultó con él sobre las mejores opciones, y como Jacob había comentado; el hombre nos recomendó la punta argentina.
Además pidió una botella de vino tinto y ciertos contornos para acompañar la carne.
-      ¿Me haría el favor de traerme un buen picante? – le solicité al mesonero.
-      Por supuesto que sí, señorita. – dijo diligente y se retiró.
Mi compañero de mesa me veía gratamente sorprendido.
-      ¿Te gusta el chile?
-      Sí, me fascinan las comidas picantes.
-      No a muchas personas les gusta. Eso es muy interesante. No eres nada común, Bella. – continuaba con su expresión agradable en el rostro.
-      Gracias. Cuéntame acerca de tu vida; finalmente estamos aquí para que “me quites de la cabeza la mala imagen que tengo de ti”. – bromeé de manera displicente para mi sorpresa.
Hizo un gesto pensativo y luego empezó a hablar:
-      Nací y me crié en la reserva india de La Push…
-      Osea prácticamente aquí mismo. – lo interrumpí asombrada por la información, pensaba que era foráneo.
Él asintió.
-      Mi padre y madre murieron. Billy; de diabetes y Sarah de una insuficiencia cardiaca. Mis hermanas Rachel y Rebecca se casaron y se fueron a vivir lejos. Una que otra vez me comunico con ellas o ellas conmigo.
-      ¡Qué…mal! Lo siento mucho; Jacob. – dije condolida por su mala suerte.
-      No te preocupes. Mi madre murió cuando yo era apenas un niño; casi no la recuerdo y Billy…hace cuatro años. – su boca decía que ya lo había superado pero su mirada me indicaba justo lo opuesto.
Una pena profunda opacaba su mirada al fondo.
-      ¿Por qué decidiste ser militar? – continué.
-      En esos lugares no te dan mucho tiempo para pensar, así que apenas me gradué de la secundaria de la reserva me fui a la academia y ahora estoy aquí. – hizo un gesto con la mano de estar presente, el cual me hizo reír un poco.
-      ¿Y tú por qué no me cuentas de ti? – se alongó sobre la mesa y puso sus manos unidas y debajo de su mentón, haciendo un gesto de concentrarme en mí.
-      Ya te dije en donde estudio. No sé qué más quieres saber. – dije apenada de que no dejara de mirarme.
-      ¿Por qué eres tan pegada a tu familia? O ¿por qué te sonrojas y esquivas mi mirada? – dijo en tono burlón.
Lo miré con los ojos entrecerrados.
-      Porque no me gusta que se me queden viendo fijamente como si fuese un bicho raro. – le espeté con molestia y luego hablé en tono normal – y soy tan pegada a mi familia porque así me criaron. Quiero decir que así somos todos.
-      Y todos te consienten mucho ¿cierto? – levantó una ceja – He notado que eres una niña mimada.
-      ¡No lo soy! – así nos tratan a todos los primos en la casa. No es que seamos muchos; pero sí no cuidan bastante.
Se carcajeó.
-      Vale. No tiene nada de malo que te cuiden. Yo lo haría contigo si me dejaras. – y así un buen momento se vio arruinado por los comentarios fuera de lugar de Jacob.
-      Yo me sé cuidar sola, gracias. No necesito que lo hagas por mí.
-      Oh oh. Ya volvimos al tono beligerante de nuevo. Perdona pues.
Gracias al cielo la comida llegó en ese momento y seguimos una conversación más fluida.

-      ¿A dónde vamos? – pregunté cuando me di cuenta que no íbamos camino a mi casa.
-      A la reserva. Tengo tiempo que no paso por allá. Aunque si quieres vamos para otro lugar. – propuso.
-      No. También hace mucho tiempo que no la visito aunque la tengo ahí mismo.
Sonrió complacido.
-      Vamos pues. – aceleró a fondo.
Cuando llegamos a una curva cercana a la playa encontramos un puesto de artesanías hecha por los Quileutes y nos detuvimos allí.
-      ¿Jacob? – preguntó la mujer mayor que estaba en el puesto. - ¿Jacob Black?
-      Sí, Sue. El mismo que viste y calza ¿Cómo has estado?
La mujer parecía sorprendida.
-      Pues bien. Había escuchado que estabas en la división de Forks pero no lo creí. Como no habías pasado por aquí…- eso parecía un reproche más que una respuesta.
-      He estado muy ocupado, Sue. Lo siento. Me señaló con la mano – Conoce a mi amiga Bella Swan.
La mujer no hizo siquiera el intento de estrecharme la mano; solo me miró con cierta clase de…cortesía. Por así decirlo.
-      Sue Clearwater. Un placer.
-      El placer es mío. – le respondí.
Luego me puse a ver la mercancía.
Había cosas fascinantes. Desde enormes jarrones grabados y pintados. Hasta pulseritas con colgantes de lobos.
-      ¿Todo esto lo hace usted? – le pregunté asombrada. Yo no sabía dibujar ni una manzana en un papel.
-      Sí. Mi familia entera se dedica a la artesanía. – dijo en tono solemne.
-      Oh, tienen un gran talento. Todo es muy hermoso. – dije mientras contemplaba un atrapa sueños que tenía guindado en una pared.
-      Gracias.
Ellos siguieron hablando. O más bien Jacob aprovechó para ponerse al tanto de sus conocidos.

Al ratito nos fuimos y paseamos por la playa.

Me coloqué la chaqueta impermeable ya que el frío estaba arreciando.

Nos sentamos en unos troncos caídos que estaban a unos cuantos metros frente al mar.
-      No recordaba que esto fuese tan hermoso. O debe de ser que no se sabe lo que se tiene hasta que se pierde. – expresó Jacob fascinado con todo el ambiente del lugar.
Y no era para menos. Todo estaba muy bien cuidado.
-      Sí. Es un lugar bonito. – admití – Pero no o has perdido. ¿Acaso vendiste tu casa de aquí?
-      No. No sé en qué estado se encuentra pero a mí no me gusta vivir solo. – me dijo con sinceridad – Por eso prefiero estar en la división. ¿Te gustaría que vayamos a ver cómo está mi hogar?
-      Ahora no, Jacob. Gracias por la invitación pero de verdad prefiero irme a casa.
-      ¿Estás aburrida? ¿Lo has pasado mal? – casi reí al ver su cara de preocupación.
-      Para mi pesar debo admitir que no. Puedes sentirte tranquilo porque sé que no eres el monstruo que pensé que eras. – ahora fui yo quien se carcajeó con todas mis ganas.
-      ¡Oh, vaya. Un cumplido de la señorita orgullosa! – se mofó – Eso es todo un milagro.
-      No hagas que me arrepienta de habértelo dicho.
-      Haz como que no he dicho nada. – hizo como si se cerrara los labios con una bragueta.
-      ¿Nos vamos ya? – le presioné un poco – Es que no he dormido mucho. Anoche me trasnoché un poco viendo una serie en la tv y hockey se creía dueño y soberano de mi cama. Por lo que no descansé mucho.
-      ¿Hockey?- preguntó extrañado.
-      Sí. Es mi perro lo que pasa es que el día de la parrilla no lo viste porque estaba encerrado en mi cuarto. Si no haría desastres con la carne. – me reí divertida. – Es mi consentido.
-      ¿Y por qué le pusiste ese nombre?
-      Yo no fui. Mi mamá me sobornó. Me dijo que si no le ponía ese nombre no dejaba que se quedara, y como ya estaba enamorada del perrito pues accedí a la manipulación.
-      Qué buena estrategia. La próxima vez te chantajeo con tu perrito. – se veía la maldad en sus ojos negros.
-      Pues a ti no te dará resultado. Y en tal caso haré que te muerda. Te lo advierto.
Puso las manos en frente en posición de calma.
-      Tranquila. No hace falta llegar a esos niveles de violencia.
Cuando llegamos a la puerta de mi casa me detuve antes de abrirla.
-      Gracias por la tarde de hoy. La pasé muy bien. – admití pero esta vez no con pesar. Jacob era buen chico cuando se lo proponía.
-      ¿Se puede repetir pronto? – preguntó insinuante
-      Me lo pensaré ¿Vale?
-      Vale. – asintió.
A lo que abrí la puerta Hockey me recibió batiendo la cola como era habitual en él.
-      Hola, bebé. – le sobé la oreja derecha. Eso le encantaba.
-      ¡Wow! ¿Este es el perrito? – dijo Jacob asombrado.
-      Sí. – me reí. – No me digas que estás asustado.
-      No lo estoy. Pero definitivamente me esperaba a un poodle no a un pitbull.
-      Ya lo ves. No me gusta lo convencional. Soy una chica rara. Hasta luego.
-      Hasta luego, Bella. – me dijo con una sonrisa satisfecha para luego irse a su carro.
Mi perro me veía con atención mientras me quitaba la chaqueta y echaba a andar hacia las escaleras.
-      No es tan mal chico como pensaba, Hockey. Pospondremos la mordida para otra ocasión. – dije divertida mientras corría con mi mascota a mi habitación.

OMG! Esta historia es rara lo sé. Pero no me resistí al deseo de escribir este capítulo así. Y definitivamente por si no lo habían notado se lo dedico a mi “perrito” Hockey.

1 comentario:

  1. por dos cosas , primero no me gustan los militares y segundo no me gusta como trata a mi familia
    jajajajajajajajaj, me encanto esa conversacion , cariño escribes muy bien, te lo aseguro, y esperare el siguiente con ansias, un beso y no te importe hacer capis "raros" si son asi de buenos estare contenta, ajjajaajaj
    besos
    Irene

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