lunes, 25 de octubre de 2010

Sin Alternativas - Octavo Capítulo:



"JUEGOS PERVERSOS"

Eres lo peor con lo que me tropezado en la vida! – me gritó Paul a la cara - ¡Maldigo el día en que te conocí!

Los constantes sollozos me dificultaban el habla.

-       -¡Te juro que rompí toda relación…con Mathew! Siempre he sido sincera contigo. Te a…

-      - ¡No te atrevas a decirme que me amas porque no respondo de mis actos! Te odio y te desprecio, Rachel Marie Black. No quiero volver a verte jamás en…

Su cuerpo comenzó a convulsionar de manera alarmante y en un parpadeo se había convertido en un lobo gris inmenso. Caminó hacia mí con rabia en los ojos y las fauces abiertas; como si estuviese a punto de atacar.

Retrocedí lentamente con las manos hacia al frente.

-       - Tranquilo, Paul. Soy Rachel ¿No me reconoces? – le pregunté entre lágrimas.

El gran lobo aulló con desespero al aire.

Seguía avanzando hacia mí; y yo retrocediendo. Me tropecé con un tronco caído cayendo de espalda al suelo.

El animal se preparó a atacar cuando fue interrumpido por otro lobo; pero que era más grande que él y de un pelaje marrón rojizo.

Este último se le encimó con rabia desmedida. Ambos se enzarzaron en una feroz disputa.

De pronto el más grande de los animales, le arrancó un gran pedazo de carne al otro que aulló con dolor. 

Lo desmembró trozo por trozo hasta dejarlo hecho jirones en frente de mí.

Cuando no aguanté más el espectáculo dantesco que había presenciado; busqué al licántropo triunfante con la vista pero no encontré nada. Volví los ojos hacia donde están los restos del otro lobo pero tampoco estaban. En su lugar hallé el cuerpo frío, pálido y mortalmente rasgado de paul.

Estaba muerto a mis pies.

-      -  ¡No! – grité desesperada.

Me desperté entre jadeos y me senté de golpe en la cama.

Fue entonces cuando advertí una figura que se erguía al lado mío.

Bramé de terror.

Reconocí a Paul y me callé. Me lancé a abrazarlo alcanzándolo por la cintura, en medio de un arranque desesperado por constatar la realidad de su presencia.

-       - Paul…estás aquí. – dije entrecortada.

Se colocó en cuclillas delante de mí y tomó mi cara entre sus manos.

-       - Sí, princesa. Aquí estoy ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás así? Solo fue una pesadilla.

Caí en cuenta de que decía la verdad y de aún seguía molesta con él; me había dormido entre lágrimas por él. 

Me alejé de su contacto.

-          Disculpa. Disculpa. Fue un corto lapsus mental. – me extrañó que estuviese allí después de lo que había pasado. Además de que había irrumpido en mi casa sin autorización previa- ¿Qué haces aquí?

Pareció reflexionar su respuesta. Luego habló.

-          - Yo…vine a traerte algo. Pero toqué la puerta y nadie me abrió. Vi si habías dejado la puerta abierta y vista de que así fue me dirigí hasta tu cuarto. Te vi durmiendo aunque estabas muy agitada y de repente te levantaste aterrada.

Eso explicaba su irrupción en la casa.

-         -  Jumm. Está bien. - recordé lo que había dicho hacia pocos segundos. - ¿Y qué fue eso que me trajiste?

Se puso de pie y se dirigió a mi peinadora, fue hasta entonces cuando advertí al gran perro gris que estaba sobre la misma. Trajo consigo también un ramo de rosas blancas; que son mis favoritas; una caja de chocolates y una tarjeta grande que decía: Perdóname. Te amo.

Yo tenía una lucha interna contra las lágrimas. No quería que me viera débil y conmovida. Era como decirle que podía comprar mi perdón en una tienda de regalos.

Tragué grueso y me traté de recomponer.

-          - ¿Qué pretendes con esto, Paul?

Se vio triste y arrepentido.

-          - Que me perdones, Rach. No fue mi intención hacerte daño. Te amo más que a nada y no quiero echar todo a perder por mi mal carácter.

Ya estaba a punto de ceder.

-       -    ¿Me comprarás un peluche cada vez que me faltes el respeto? Eso jo lo toleraré. – me erguí orgullosa y recia – La nieta de Ephraim Black no nació para ser pisada. 

-          No, mi princesa. No habrá segunda ni tercera vez. Eres sagrada para mí. No aguanto el saber que estás molesta conmigo.

Decidí tomar los obsequios por primera vez. Los bombones, las rosas y la tarjeta los puse sobre la cama. Solo me quedé con el peluche. Lo ví por un segundo y lo abracé escondiendo mi cara en él. Me recordó a Paul y la forma en que me vio apenas hace un momento atrás.

Ya no podía seguir molesta con él. Lo amaba demasiado y el hecho de que se tomara la molestia de darme una sorpresa como esta me había hecho añicos el orgullo.
Solo él podía doblegar mi voluntad de esa forma. Cuando levanté mi cara Paul vio que estaba llorando.

No soportaba más la tensión.

-          Prométeme que no volveremos a pasar por esto. Jamás había llorado tan amargamente en toda mi vida. No quiero que nos hagamos daño y nos reconciliemos a cada rato. Esa no es la relación que quiero llevar contigo.

Se arrodilló frente a mí, me quitó el perro y se metió entre mis piernas.

Pegó mi frente a la suya y me tomó por la cintura.

-          Te juro, princesa. Que no te volveré a herir jamás. No puedo estar sin ti.

Retiró los rastros de llanto de mi cara y la pasión nos invadió a ambos.

Me tomó salvajemente de los cabellos y me atrajo hasta su boca para besarme con furia. Se levantó del suelo para cernirse encima de mí. Estaba deseosa de él, necesitaba que se fundiera en mí con avidez…

Pero el destino nos seguía jugando una mala pasada.

-          ¡Maldición! No puede ser; no de nuevo. – bramó.

No pude disciplinar el deseo. Al menos no en mi mirada.

-          Viene alguien…de nuevo. – su cara era de hastío y desesperación.

-          - Debe de ser Billy. – le dije.

-       -   Pues sí. No creo que pueda ser alguien más.

Sabía que hoy nos había pasado de todo. Lo había estado llevando al máximo, peleamos, nos reconciliamos. Y ahora lo necesitaba tanto como él a mí. 

-        -   Espérame abajo, por favor. – le pedí.

Me quedé con mi franela y mi jean y me abrigué con la chaqueta. Esta noche me iría con Paul a su casa. A pesar de que le había dicho que era muy pronto para eso en la mañana. Billy tendría que aguantarse su mal humor. Pero no aguantaría pasar la noche en mi cama sola después de un día como el de habíamos pasado.

Cuando estaba colocándome perfume se me ocurrió una idea peregrina. En un cumpleaños pasado; Gabrii me había regalado un babydoll rojo, elaborado en encajes y organza. Traía consigo una minúscula tanga. Su intención era que avivara la llama con Mathew; pero las cosas jamás llegaron a ese nivel. En cambio ahora sabía a quién quería encender hasta el punto de hacerle gritar mi nombre.

Guardé el atuendo en una bolsa oscura, y esta en mi cartera. Debía ser una sorpresa.

Bajando las escaleras escuché que Billy le preguntaba a Paul si íbamos a salir. Él no sabía nada y no quería que arruinara mis planes.

-          - Sí. No me esperes despierto. – dije después de precipitarme escaleras abajo. 

No quería llevar a mi papá al máximo de su condescendencia. Pero prefería que se fuese haciendo a la idea de que mi relación con Paul era cada vez más seria.

Le vi la cara a mi novio y parecía de todo menos molesto por mi respuesta.

Me percaté de que Charlie Swan estaba en la sala. Seguía igual a como lo recordaba. Solo que con una que otra línea de expresión.

-        -   Hola, Charlie. Buenas noches.

Me vio cual pariente que no ve a un niño desde hace años y se nota sorprendido.

-       -    Wow, Rachel ¡Mírate! Estás hecha una hermosa mujer.

-          - Gracias. – los vi en el sofá y entendí el plan - ¿hoy es noche de partido?

-          - Sí ¿No te quieres quedar para que recordemos viejos tiempos? – me invitó cordial.

<<¡Ni muerta! Esta noche tengo que jugar otro partido más emocionante>>

-         -  No. Apuesta con mi papá. He estado desconectada de los deportes últimamente y de seguro tendría que cocinarles. Así que paso.

-       -    Está bien.

Apuré a Paul para que nos fuésemos y en cuanto llegamos al auto, nos percatamos que las llaves se habían quedado dentro de la casa.

Regresó y entramos en el carro. Cuando arrancamos preguntó:

-       -    ¿A dónde quieres ir? – preguntó nervioso.

<<Al único lugar en donde podemos consumar lo que desde temprano ansiamos tanto…>>

-          - A tu casa. – le sonreí de manera incitadora.

Me hizo gracia que Paul apretara el acelerador. Se veía presuroso por llegar. Aunque haciendo honor a la verdad; no solo él.

Apenas nos habíamos bajado del carro cuando recibí una llamada. Perpleja vi en el identificador el nombre de Mathew. Me debatía entre atender o dejar que se cansara y colgase.

-         -  Es él de nuevo ¿Cierto? – los ojos negros de Paul reflejaban un odio resquebrajante.
No pude hablar, solo asentir y atender el teléfono.

-          - Hola, Mathew. – dejé por fuera todo saludo demasiado demostrativo, pero tampoco quería ser grosera. Todavía le guardaba mucho cariño.

-          - Hola, Rachel ¿Cómo has estado? – su tono denotaba tristeza.

-         -  Pues bien. Bastante ocupada ¿y tú? – me arrepentí al instante de haber respondido a la primera. Porque si me preguntaba en qué; me quedaría en blanco. Ni muerta le contaría lo que últimamente había hecho con mi novio.

-          - Ocupado también, pero eso no te borra de mi mente. - <<ya comenzó>> - Sigo queriéndote con la misma intensidad de siempre, Rach.

<<Hora de poner las cosas en su sitio>> pensé.

-         -  Mira, Math. Acepta de una vez que lo nuestro se acabó. Pasó a la historia. Fue hermoso en su momento; pero ya llegó a su fin. Ahora tengo un novio al cual amo…

-       -    ¡¿Un qué?! ¡¿Un novio?! – me gritó - ¡Rachel Marie Black…. – tomó aire – solo llevas dos semanas allá! Yo estuve detrás de ti por meses ¿Qué pasa contigo? No te reconozco.

<<Ni yo tampoco>>

Esta era una nueva Rachel, más feliz, imprudente e incluso más vulnerable que nunca. Pero no me importaba.

Con Paul había roto mi patrón de conducta. El amor por él me había cambiado. Acepté salir con él de inmediato. Me había enfrentado con mi padre por él. Lo había aceptado tal cual era y le había entregado mi inocencia sin reservas.

Sus reproches me molestaron un poco.

-          No creo que te deba explicaciones acerca de lo que hago o dejo de hacer con mi vida íntima. Ya basta, Mathew. Haz la tuya y no te entrometas en la mía.

-          - ¿Dijiste intimidad? - >>Oh no>> - ¡Por Dios Rachel, dime que no te has acostado con ese…tipo!

Esto era una pesadilla. Mathew era inteligente y había relacionado rápidamente lo que yo había soltado sin más en un ataque de malestar ¡Mi bocota y yo!

-        -   ¡Rachel, respóndeme! – me gritó de nuevo. Y no podía mandarlo al demonio cuando la culpa me había invadido.

-         -  No pienso hablar de mi intimidad contigo. Ya te lo he dicho.

Tenía muy pocas ganas de seguir hablando; ya que no tenía un argumento que me permitiese excusarme ante sus ojos. Por el contrario cada cosa que decía parecía empeorar la situación. Estaba nerviosa; no que quería verle la cara a Paul. De seguro estaba mandando maldiciones mentalmente.

-         -  Lo hiciste, Rachel Marie. Lo hiciste. – sentenció al trancarme le teléfono.

Él no me perdonaría eso jamás. Se había dedicado a mí en cuerpo y alma; mientras que yo lo había dejado, comenzado una relación y para empeorar todo ; ahora sabía de que me le había entregado a Paul.

La culpa me barrió sin piedad haciéndome sentir como la peor perra del siglo. Math no era un mal chico y aunque ya no era mi mejor amigo, le extrañaba de cierta manera. Definitivamente estaba loca.

Mientras estaba sumida en esos pensamientos, mi novio deslizó sus dedos por debajo de mi mentón para verme a los ojos. Muy contrario a lo que creía; sus ojos denotaban ternura.

-        -   No me gusta verte así. – este hombre no podía ser más perfecto. Simplemente era irreal su forma de quererme. 

-          - Le sigo haciendo daño, Paul. A pesar de haber terminado con él, de estar lejos, le sigo haciendo daño.

Negó con la cabeza.

-         -  No, princesa. Él y solo él se lastima. Te llama, a pesar de que le dijiste que ambas a otro. Y además osa meterse en tu vida privada. Él se busca su propia desdicha.

-          - ¿No te parezco un monstruo egoísta y perverso? – le pregunté con pesar.

-         -  No. Eres un monstruo al que le gusta torturar a los débiles con sus encantos. Para luego alejarlos de ti; dejándolos con un deseo irrefrenable que consume todo a su paso. 

Sonreí ante su lógica retorcida.

De pronto me besó con tal ardor que terminé pegada a la puerta. Tuve que apelar a la poca cordura que me quedaba para conseguir voltear la cara. Pero ya estaba jadeando.

-          - ¿Paul? – lo llamé.

Había deslizado sus labios hasta mi cuello. 

-        -   ¿Qué?
-          Esperemos hasta pasar. Solo debes abrir la puerta, así nos libraremos de cargos por indecencia en áreas públicas. – me imaginé lo retorcido de la situación. Charlie deteniéndonos a medio vestir ¡Que bochorno!. Sin poder evitarlo sonreí.

Y cual niño caprichoso; Paul se mostraba renuente a obedecer…

-         -  Aquí no hay nadie…

Traté de no reírme y mostrarme firme.

-         -  Abre la puerta, Paul Howe.

A regañadientes accedió.

Acabábamos de entrar cuando le tendí la trampa.

-          - ¿Me puedes subir un vaso de leche tibia? – aniñé mi voz para que fuese más creíble mi excusa para subir sola.

Asintió sin responder. Pero la ansiedad se mostraba clara en su rostro.

Me dirigí rápidamente a la recámara principal. Reemplacé mi soso vestuario por mi babydoll “demasiado sugerente”. Vérmelo puesto era más vergonzoso que observarlo solo. Así que decidí esperarlo acostada boca abajo.

Por lo menos así me sentiría menos insegura.

Lo ví aparecer en el marco de la puerta; quedarse estático y con los ojos como platos. Me hubiese reído a no ser porque estaba tan nerviosa que no podía decir palabra alguna.

Paul respiró por fin y sonrió pícaro. Cruzó la distancia entre él y yo., mientras que me giraba para sentarme al borde del lado derecho de la cama. Él se arrodilló entre mis piernas. Tal y como hizo en la tarde.

Colocó el envase entre mis manos.

-          - Aquí tiene su leche tibia. Como la pidió, princesa quileute. – sonrió abiertamente sensual y me guiñó un ojo – Para que entre en calor.

Coloqué la taza en la mesita de noche a nuestro lado.

Simulé estar pensativa tocándome el mentón con la punta del dedo índice.

-          - Jummm.  No, la verdad prefiero entrar en calor…de otra…forma.

-          - ¿Ah sí? ¿Y cómo? – preguntó insinuante.

Cambié mi expresión de provocativa a despreocupada.

-         -  Con esta colcha. – dije acariciando la superficie de la cama.

Me puse de pie por un segundo, levanté la cobija y me acosté arropándome hasta el cuello. Me sentía como una niña que se sale con la suya.

Paul me miraba entre incrédulo y divertido. 

-          - Ah…casi se me olvida. – me levanté un poco. Rocé nuestras comisuras y volvía a acostarme – Buenas noches, amor.

Cerré los ojos.

Estaba a punto de partirme de la risa.

-         -  ¿Este es tu plan maestro para esta noche? ¿Dormir? – regresó a un tono lascivo. – Porque ni siquiera la leche te la tomaste.

Abrí los ojos y lo miré como si nada.

-         -  Pues la verdad, sí. No podemos portarnos mal esta noche, amor. Yo solo vine a hacerte compañía. Me dió tristeza que pasaras la noche solito. – dije con falso pesar.

-       -    Ahh.

Rompí la máscara de autocontrol que hasta ese momento me había colocado con éxito, aunque no me moví de mi sitio. El deseo barrió mis ojos.

-          - Para serte sincera, odio la leche…- entonces levanté y me giré hacia él, dejando que mis pechos quedaran demasiado próximos a su cara.

La pasión ardió en sus ojos y luego desvió la mirada al levantarse. 

Me quedé atónita.

-          - Si quieres dormir…eso haremos, princesa.

Me estaba devolviendo el golpe el muy desgraciado.

Se quitó su franela gris y la dejó caer al suelo. Hizo lo mismo con el jean. Se quedó solo con bóxers. Cosa que me extrañó; ya que Paul no solía llevar ropa interior para fines prácticos.

Se dirigió a la cama y me metió entre las sábanas. Me dio un casto beso en los labios.

-         -  Buenas noches, princesa. – y se acostó de espaldas a mí.

Seguía atónita con su actitud. No se había alterado ni medio pelo ante mis insunuaciones. 

Frustrada me di la vuelta, apagué la lamparita en la mesa de noche y me recosté.

<<¿Qué diablos pasa con Paul? Si arruiné la noche con mis juegos necios, me daré de topes contra la pared…>>

De repente mis cavilaciones fueron interrumpidas por un fuerte tirón que me dejó con la espalda pegada al colchón, y un fogoso beso.

Introduje mis dedos entre sus cabellos como hacía usualmente, y lo atraje hacia mí con fuerza. En lazamos nuestras lenguas ávidamente en un intento de arrebatarle al otro la esencia y conservarla para sí mismos. 

Se despegó apenas unos milímetros de mí. Ambos jadeábamos sin control.

-          - ¿De verdad creíste que pasarías…la noche despegada de mí,…estando tan peligrosamente cerca? Eso ni lo sueñes. Tal vez tu eres de aguantarlo, pero yo no. Ni tampoco me da la gana de hacerlo. – me volvió a besar con intensidad.

Sus labios arrastraban besos húmedos hasta llegar a mi cuello y clavícula.

Mi boca quedó libre por lo que comenzó a emitir  jadeos erráticos. 

-         -  Pensé…que no te había…gustado el…conjunto. – me costaba hablar. E incluso pensar.

Siguió con su camino de besos por mis hombros, mientras sujetaba mis muñecas con sus manos fuertes.

-         -  ¡Qué ridiculez, Rachel! – dijo con tono divertido – Pareces una diosa. Pero si quieres jugar “a tu manera”, pues yo también lo puedo hacer.

Volvió a atrapar mi boca con fuerza, ahora subiendo mis manos por encima de mi cabeza. Estaba totalmente vulnerable ante él; como siempre.

Con una sola mano sujetó mis muñecas y la otra la dirigió a mis pechos. Buscaba en donde soltar el babydoll en medio de la oscuridad de la noche, que le confería un nuevo nivel de erotismo a la situación…a nuestra primera noche juntos.

Encontró el lazo en medio de mis senos que estaba hecho con cintas de razo y lo haló sin titubeo alguno. Quedé más desnuda que vestida con la diminuta prenda que me restaba.

Sentía a Paul retozar contra mi sexo a pesar de que ambos eran prisioneros de nuestras prendas íntimas. Su enorme erección chocaba contra mi intimidad y rozaba donde se unión mis muslos. 

Bajó su boca hasta mis senos y sin perder tiempo tomó un pezón entre su boca y lo succionó con fuerza. Gemí ruidosamente mientras me retorcía entre sus caricias. Besó el espacio que había entre ambos pechos y luego repitió la misma acción que con el anterior. Su mano izquierda masajeaba mi seno izquierdo mientras que su lengua, dientes y labios jugueteaban con el derecho.

Trasladó su boca hasta mi ombligo entre tanto sus yemas despertaban la lujuria en cada poro que experimentaba su roce. Con ferocidad bajó mi tanga hasta retirarla completamente.
Abrió mis muslos en toda su extensión, colocó su cara entre las piernas y acarició mi perla del placer con su ardiente lengua.

Arqueé la espalda y cerré los ojos a sentir su contacto. Ahora que tenía las manos libres pude aferrarme a la almohada de Paul, y su cabeza también.

Sus lamidas frenéticas me hacían gemir con fuerza. Sentía que me faltaba el aire y aún así no quería que se detuviese.

Moriría si llegase a parar.

Cuando el placer su estaba haciendo casi intolerable enterré mis dedos en mi cabello; y así recibía los espasmos del primer orgasmo de la noche…

-          - Oh mássss. – salió de mi boca sin haberlo pensado siquiera.

Paul aumentó la velocidad de sus estimulantes caricias orales y me vine sin remedio. Grité sin tapujo al experimentar el placentero estremecimiento.

La tenue luz de la luna me permitió ver cuando se relamió los labios mientras me veía con lujuria desenfrenada. Su cuerpo volvió a estar encima del mío; y me aproveché de eso para bajar su bóxers hasta donde mis manos lo permitieron. El resto lo terminé de hacer con mis hábiles pies. 

Lo necesitaba tanto.

-         -  ¡Wow, Rachel. Me tienes consternado! ¿En dónde está mi niña inocente? – dijo con grato asombro.

-          - Se quedó en casa esta noche. – lo tomé de sus cabellos y lo atraje hasta mis labios que actuaban como leones agresivos.

-         - Sí. Ya lo noté. Y no podría estar más feliz por ello.

Sonreí entre sus comisuras y continuamos besándonos. Regalándonos caricias que estaban lejos de saciar las ganas y el deseo que ambos sentíamos.

Paul se posicionó entre mis piernas y se deslizaba de arriba abajo, rozando la punta de su miembro viril a lo largo de mi intimidad.

Jadeé sin aliento ante tan deliciosa caricia. Pero no estaba en condiciones de soportarlo. No cuando había deseado sentirlo en mi interior durante todo el día. Desde temprano ansiaba con locura estar con él y no había podido, lo que me hizo acumular el deseo hasta niveles insospechados. Pero el parecía deleitarse mientras me torturaba.

-          - ¿A…qué…juegas? – susurré casi sin aire.

Él jadeaba pero con menor intensidad que yo. 

-          - A lo mismo…que tú jugaste conmigo..desde temprano.

Devoró mi boca en un beso desenfrenado en donde perdimos la cordura y hasta mordimos nuestros labios recíprocamente.

Bajé mi mano hasta su miembro erecto y acaricié su longitud; encerrándolo con dificultad; debido a su tamaño; haciendo gruñir a Paul en mi oído. Orilo era condenadamente erótico.

-         - Rachel…Rachel…Jummm…

Sonreí complacida. Sus gemidos, sus jadeos y hasta su cuerpo convulsionaban ante mi presencia y caricias.

Paul era “mi lobo”, y me sabía capaz de sacarle los ojos a quien intentara arrancarlo de mi lado.
Porque ya estaba más demostrado que yo era suya; pero él también me pertenecía.

Aumenté la presión pero no la velocidad y lo hice gemir de desespero.

-        -   ¿Te gusta? – le pregunté insinuante.

-         -  Si… - respondió con coste.

-         -  ¿Mucho? – le hablé junto al oído.

Estábamos tan próximos que sentí cuando afirmó con la cabeza. A pesar de eso lo presioné.

-         -  No quiero sentirlo. Quiero oírlo de tu boca.

Lo acaricié más lento pero más fuerte a la vez.

-         -  Ra…chel…no puedo más.

Tenuemente vi su rostro contraído y decidí terminar mi comportamiento de verdugo.

Aceleré mis movimientos manuales haciendo que él se retorciera sobre mí. Gemía sin parar hasta que alcanzó el clímax a lo sentí bañar una de mis piernas…

Esa sensación fue el culmen del poder. 

Aproveché su momento de vulnerabilidad para voltearnos y conseguir quedar encima de él.

Me enterré en su sexo emitiendo un grito ahogado al momento. Él me tomó por las caderas para aferrarse a mí; pero fui yo la que marcó el ritmo. Me movía hacia delante y hacia atrás con parsimonia, deleitándome en cada sensación que causaba el roce de su enorme masculinidad en mi intimidad. Conforme aumenté la presión y profundidad de la movida sentí un placer diferente. Más fuerte del que había experimentado hasta ahora.

Sabía lo que pasaba. Había leído sobre ello. Él estaba tocando mi “punto g”. y por dios que era sumamente delicioso. A cada instante sentía el roce más fuerte, mientras que los dedos de Paul me estimulaban los pezones.

Él por su parte se notaba deleitado, sus gemidos cada vez era más cortos y el aire parecía no llegarle por completo.

Nuestro fin estaba cerca. Elevé mi presión y velocidad, teniendo que sujetarme de la cintura de mi novio para no desvanecerme. Gritamos al unísono; pero solo él dijo mi nombre.

Satisfecha me dejé caer sobre su pecho. Escuchando los latidos desaforados y las respiraciones entrecortadas de cada uno.

Yacíamos calmados cuando Paul se inclinó hacia la mesa de noche y encendió la lámpara.

Me sonrió pícaro.

-        -   Hoy eres toda una desconocida. – retiró los cabellos que se habían adherido a mi frente sudorosa – Y aun así sigues siendo mi Rachel. Me encantas.

Le correspondí la sonrisa.

-          - Este día necesitaba un buen final. Nos lo merecíamos.

-          - Sí. Y menos mal que aun no acaba.

Me besó con fuerza por unos instantes, luego me hizo voltear y pegarme contra su cuerpo. Entró en mi estrechez y a su vez acariciaba mis senos.

Arremetió contra mí sin piedad y sin descanso mientras sus manos hábiles cambiaban de destino, hasta que se posicionaron en mi clítoris. Lo masajeó a la misma velocidad con la que me penetraba.

Gemía como posesa cuando se acercó a mi lóbulo y lo mordió con suavidad. 

Clavé las uñas de una de mis manos en su muslo y con la otra apreté la almohada por debajo de mi cabeza.

-         -  Ahora soy yo quien quiere oírte gritar mi nombre. – ordenó.

Contrario a lo que yo creía posible entró más en mí y con más energía.

-          Ahh. Dolor…placer…ambos se complementaban y se mezclaban para regalarme una experiencia sublime.

Recosté mi cabeza en su pecho.

Mis movimientos no me pertenecían sino a él; que conseguía manipularme y lograr lo que quisiera conmigo.

-          - Quiero…oírlo. – en su voz se notaba que no le faltaba mucho para llegar a la cima.

-          - Paul…- susurré.

Me embistió con más fuerza mientras me acariciaba con ahínco.

-         -  Más…fuerte. – habló entre dientes.

Entonces lo sentí llegar; pegué mi trasero y mi espalda a su cuerpo buscando apoyo y emití un grito desbocado.

-         -  ¡Paul! – alcancé un glorioso clímax combinado. Sentí el fuerte espasmo tanto en mi cavidad como en mi botón erógeno. Era tan glorioso como lo describía la revista.

Él necesitó de dos embestidas más para unirse a mi estado de placer corpóreo. No retiró su miembro de mi intimidad hasta que cesaron las contracciones pubocogcígeas. El orgasmo había sido demasiado fuerte.

Nos sumimos en el silencio y lentamente el cansancio nos pasó factura, al dejarnos dormidos y estrechamente abrazados. ¿Para qué hablar y dañar un momento de unión sagradas con palabras comunes? Has un “te amo” saldría sobrando en ese momento; porque para esa experiencia de entrega no se habían inventado las palabras que la pudiesen describir con exactitud. 


Amaneció.


No era nada fácil desprenderse del abrazo de un licántropo. Sus pesadas extremidades no me facilitaban levantarme sin despertarlo.

Después de tanto intento, lo logré.

Busqué entre sus gavetas algo que ponerme encima y me coloqué una camisa manga larga negra. La abroché por delante y bajé las escaleras.

Preparé unos pancakes y una ensalada de frutas. Necesitábamos energía así que ingerimos una buena porción de azúcar esa mañana. Coloqué todo eso en una charola, más la miel, la mantequilla y dos vasos de jugo.

Planeaba despertarlo en cuanto me sentara en la cama; pero abrió sus ojos de repente. Cuando me aproximaba al lecho.

-          - Buenos días, señor Howe ¿Le apetece desayunar en la cama?  - le pregunté con voz incitadora.

Se estiró antes de contestar.

-          - Buenos días, princesa quileute. Claro que me apetece. Pero no es normal que la realeza atienda a los de la plebe. Debería ser al revés.

Sonreí.

-          - Quizás. Pero como la princesa se enamoró ya no puede distinguir entre esas líneas sin importancia.

-         -  Y este indio común y corriente también se enamoró. – me miró con una ternura excesiva.

-         -  No eres nada común. Eres un “protector” de la tribu entera. Eres más necesario de lo que soy yo. Todos te necesitan aquí. En cambio yo puedo irme y venir sin mucho o nada de impacto.

Transformó sus facciones en una más cara de rabia. 

-          - Tú eres necesaria para mí. Y si tú te fueses…yo me iría contigo. A donde sea. Sin ti estoy incompleto. O simplemente no soy nada. Lo que era antes de que llegaras. 

Me mordí el labio conmovida.

Se puso serio de pronto.

-         -  No vuelvas a hacer eso. – me dijo de repente.

-        -   ¿Qué, amor? – pregunté atónita.

-         -  Morderte el labio así. Al menos que quieras que hagamos…algo, antes de desayunar.

Me reí con ganas.

-          - Vamos a comer cielo.

Me apostillé a su lado y en cuanto estuve sentado coloqué la charola en sus piernas.

-         -  Definitivamente esto es algo a lo que podría acostumbrarme. Noches desenfrenadas, desayunos suculentos y “diosas” vestidas con mis camisas. – me besó en los labios. – Te ves espléndida así, amor.

-         -  Por tu seguridad personal, más te vale que la única con que te despiertes sea yo. – le guiñé un ojo – Y con respecto a tu camisa. Pues gracias, es que no traje pijama ni bata de baño y aún nome ducho. Te prometo que me la llevo y te la traigo lavada. – le dije tomando un sorbo de jugo. 

-       -    Necia. No quiero que me la laves. – dijo mientras se metía un bocado de pancakes. Tragó y luego habló. – Solo digo que te ves muy sexy con ella. Ya no la veré como mía a partir de hoy.

Ambos reímos.

-        -   Hablando de anoche. Paul hemos sido “extremadamente descuidados”. – le dije ya seria.

-         -  ¿Por qué, princesa? – preguntó algo nervioso.

-         -  Porque he estado pensando; que no nos hemos cuidado ni una sola vez desde que comenzamos a estar juntos. Yo no quiero quedar embarazada.

Suspiró aliviado. No sé que estaría pensando.

-        -   Oh, bueno. Podemos ir al médico si así prefieres y que te asigne el anticonceptivo que mejor te venga. ¿Te parece?

Asentí satisfecha.

Terminamos de comer y cuando fui a tomar la charola Paul me detuvo.

-          - Yo la bajo, Rach. Ya hiciste suficiente por la mañana. Si quieres, vete bañando. Para yo ir después de ti.

Asentí y me dirigí a la ducha.

Me despojé de la camisa de él y entré. Terminé de bañarme muy rápido. De hecho me disponía a cepillarme los dientes; para eliminar los restos del desayuno, cuando Paul entró.

-          - Te bañaste demasiado rápido. – dijo decepcionado.

-       -    Creía que querías entrar después de mí. Por eso lo hice. – introduje el cepillo en mi boca y terminé de lavarme con premura.

Me causó gracia que mi novio no se hubiese movido un milímetro, sino que se quedara mirándome embelesado.

-        -   ¿Piensas pasar toda la mañana mirándome? – tomé un trago de listerine. Me enjuagué la boca y lo escupí.

De pronto lo sentí demasiado pegado a mí parte trasera.

-         -  ¿Te molesta si te observo toda la mañana? – susurró seductor en mi oído.

Me refregué contra su cuerpo. Él puso sus manos en mi cintura.

-         -  Mirar es sexy…- me solté la toalla y dejé que contemplara mi desnudez en el espejo. Sus ojos se volvieron posesivos y lujuriosos al instante. – Pero prefiero la acción.

De un tirón bajé el short que tenía Paul, liberando su miembro excitado. Lo dejé caer al suelo y le sonreí seductora por el espejo. Me devolvió el gesto.

-         -  Si acción… es lo que quieres…- dijo mientras besaba mi cuello y mis hombros - …eso es lo que vas a tener.

Sin mediar palabra o darme tiempo a nada me penetró profundamente y con rudeza. Con un jadeo me dejé caer frente al espejo y me sostuve del lavamanos. Decidí verlo a los ojos mientras me hacía suya, y al parecer él pensó lo mismo. Pues intercambiábamos miradas apasionadas mientras la excitación no hacía gemir a ambos.

Me apretó por las caderas y se movió con más fuerza, ejerciendo tal presión que llegué a sentir que me quebraría; aun así no deseaba que se detuviese. Por el contrario; mis jadeos eran un mensaje subliminal, que le incentivaban a que no parece hasta que no tocase la gloria y volviese a bajar.

Ya no podíamos más, el placer nos arropó arrancándonos un jadeo que pareció más bien un grito. En ningún momento dejamos de hacer contacto visual, antes del clímax claro está, lo que nos envolvió en un erotismo completamente diferente al que hubiésemos experimentado hasta ahora.

Y mira que la noche anterior habíamos probado unas cuantas cosas nuevas.

En cuanto pudimos nos separamos. Él fue a bañarse y yo a cambiarme.

Esta noche fue un comienzo de lo que sería mi adicción más grande. Y lo que daría sentido a mi vida de ahora en adelante. Compartir todo, hasta mi intimidad con Paul por el resto de mis días.

2 comentarios:

  1. ohhh q capitulo tan intenso, me encanto, uyy me asustaste al principio, jejeje, besosss

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  2. Este capitulos estaba genial, el principio quede como en chok, no entendia q le pasaba a Paul.....
    Exitos y besos

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